Por Eugenio Lara
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Siempre cuando voy hacer una conferencia en algún centro espirita de orientación cristiana, o también religiosa me preguntan si yo vine al Espiritismo por el amor o por el dolor, no sé bien que responder. Ya me preguntaron eso varias veces y nunca tengo una respuesta precisa para tal pregunta.
¿Ahora, solamente existen dos posiciones?
Por amor significa ser un misionero, alguien que era espirita antes de ser espirita. Aquel que antes de ser ya era, como en la anécdota del pescado: antes de ser pescada, ya era pescada. .. Antes de tornarse espirita, ya traía en su bagaje misionero el rotulo de espirita.
Por el dolor se aplica a los renitentes, a los espíritus sufridores, a las víctimas de la obsesión, del dolor físico, moral, de los acometidos por las perdidas afectivas y materiales. Algún tipo de pérdida lo llevo distinto al Espiritismo. Más podría también haber dicho a alguna iglesia cristiana, evangélica, católica o a algún culto afro- brasileño. Cada uno tiene su singular historia de conversión.
Como cualquier movimiento social, más aun el espirita, de características bien religiosas, existen los de moda, los juerguistas, las palabras de orden y orientación que las personas siguen sin cuestionar su origen y naturaleza. Esa de dolor y de amor es una de ellas.
Conozco diversos casos de personas que se aproximaron al Espiritismo sin que pudiesen ser encuadradas en ese esquema dolor/amor. Allan Kardec, por ejemplo, que no era espirita y ni podría serlo, pues el aun no había fundado la Doctrina se interesó por los fenómenos medianímicos movido por el espíritu científico, por la curiosidad de alto nivel, propia de aquellos espíritus de mentalidad arrojada, critica.
León Denis se torno espirita a los 18 años después de leer El Libro de los Espíritus y ver allí una serie de respuestas a cuestiones que el proponía para sí mismo. No fue ni el dolor ni el amor, fue la razón lo que lo aproximó al Espiritismo, tornándose gran continuador de la obra del maestro de Lyon. Gabriel Delanne, de familia espirita, siguió las orientaciones doctrinarias desde temprano. No fue la vuelta de Kardec lo que lo torno espirita, fue la educación espirita de sus padres, Alexandre y Alejandrina, muy amigos del fundador del Espiritismo, responsable por su formación espirita. E ahí dos variaciones más: la razón y la educación.
Muchos llegan al espiritismo movidos por la desilusión en relación a las religiones. Tenemos ahí otra opción más: la desilusión. Acrecentaría otro factor más fuerte aun que la desilusión: el desencanto. Del desencanto en relación a las religiones, muchos pasan a adoptar un pensamiento ateísta, agnóstico. Conocí algunos ateos que se tornaron espiritas porque vieron en la concepción Kardeciana de Dios una forma inusitada y diferenciada de percibir la divinidad, sin misticismo, sin ningún tipo de manifestación exterior.
Conocí uno que se torno espirita por vía de la promesa. Si era atendido en su plegaria, se tornaría espirita. Y así sucedió. Otro se torno espirita después de ver un largometraje sobre el médium Chico Xavier. Y otro, después de asistir al filme Nuestro Hogar. No hay conversión mística. Para ser espirita no es necesario “aceptar a Kardec”, como se acepta a “Jesús” en las iglesias evangélicas. El Espiritismo es una cuestión de convicción. Y la convicción no viene de una hora para otra. Ella es siempre el resultado de un proceso “lento” interno, intelectivo, afectivo.
Obviamente que no se trata de algo totalmente racional. La razón es siempre limitada. La actuación nos lleva a lugares donde la razón se muestra tímida, incapaz. Podemos aproximarnos al Espiritismo por la intuición, camino bastante común entre personas humildes, sin formación académica. La razón no es la única puerta para comprenderse el Espiritismo. Más es, sin duda, el elemento fundamental en el proceso de asimilación de los principios doctrinarios. El analfabeto puede tornarse espirita. Allan Kardec dio de cara con mucho de ellos en sus andanzas por Francia, en lo que denomino Viaje Espirita. El espiritismo ya había dejado de ser una doctrina de doctores para diseminarse entre las clases más humildes, entre los más sencillos, sin escolaridad.
Esa faceta del espiritismo es una de sus mayores virtudes. Más también puede ser su perdición, cuando se relega la razón y se coloca el sentimiento como factor primordial de aprehensión de ideas espiritas. Ni tanto el mar, ni tanto la tierra.
Una cosa es cierta: ese binomio dolor amor es extremadamente limitado para definirse el proceso de comprensión de los principios espiritas; es limitado para conceptuar el acto de tornarse espirita. Allan Kardec acostumbraba a decir que el espiritismo es una cuestión de buen sentido. Ora, tenemos un elemento más que huye de aquel binomio esquemático: el buen sentido. ¿Sería exagero decir que podemos tornarnos espiritas por una cuestión de buen sentido, por el recto pensar? No hallo, así, que sea una postura tan arrogante. Y podríamos, por tanto, afirmar que ser espirita no es una cuestión de fe, de conversión, más si simplemente una cuestión de buen sentido, sin que nos limitemos al viejo jerga de la conversión por el dolor o por el amor.
Traducido por Mercedes Cruz Reyes
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Siempre cuando voy hacer una conferencia en algún centro espirita de orientación cristiana, o también religiosa me preguntan si yo vine al Espiritismo por el amor o por el dolor, no sé bien que responder. Ya me preguntaron eso varias veces y nunca tengo una respuesta precisa para tal pregunta.
¿Ahora, solamente existen dos posiciones?
Por amor significa ser un misionero, alguien que era espirita antes de ser espirita. Aquel que antes de ser ya era, como en la anécdota del pescado: antes de ser pescada, ya era pescada. .. Antes de tornarse espirita, ya traía en su bagaje misionero el rotulo de espirita.
Por el dolor se aplica a los renitentes, a los espíritus sufridores, a las víctimas de la obsesión, del dolor físico, moral, de los acometidos por las perdidas afectivas y materiales. Algún tipo de pérdida lo llevo distinto al Espiritismo. Más podría también haber dicho a alguna iglesia cristiana, evangélica, católica o a algún culto afro- brasileño. Cada uno tiene su singular historia de conversión.
Como cualquier movimiento social, más aun el espirita, de características bien religiosas, existen los de moda, los juerguistas, las palabras de orden y orientación que las personas siguen sin cuestionar su origen y naturaleza. Esa de dolor y de amor es una de ellas.
Conozco diversos casos de personas que se aproximaron al Espiritismo sin que pudiesen ser encuadradas en ese esquema dolor/amor. Allan Kardec, por ejemplo, que no era espirita y ni podría serlo, pues el aun no había fundado la Doctrina se interesó por los fenómenos medianímicos movido por el espíritu científico, por la curiosidad de alto nivel, propia de aquellos espíritus de mentalidad arrojada, critica.
León Denis se torno espirita a los 18 años después de leer El Libro de los Espíritus y ver allí una serie de respuestas a cuestiones que el proponía para sí mismo. No fue ni el dolor ni el amor, fue la razón lo que lo aproximó al Espiritismo, tornándose gran continuador de la obra del maestro de Lyon. Gabriel Delanne, de familia espirita, siguió las orientaciones doctrinarias desde temprano. No fue la vuelta de Kardec lo que lo torno espirita, fue la educación espirita de sus padres, Alexandre y Alejandrina, muy amigos del fundador del Espiritismo, responsable por su formación espirita. E ahí dos variaciones más: la razón y la educación.
Muchos llegan al espiritismo movidos por la desilusión en relación a las religiones. Tenemos ahí otra opción más: la desilusión. Acrecentaría otro factor más fuerte aun que la desilusión: el desencanto. Del desencanto en relación a las religiones, muchos pasan a adoptar un pensamiento ateísta, agnóstico. Conocí algunos ateos que se tornaron espiritas porque vieron en la concepción Kardeciana de Dios una forma inusitada y diferenciada de percibir la divinidad, sin misticismo, sin ningún tipo de manifestación exterior.
Conocí uno que se torno espirita por vía de la promesa. Si era atendido en su plegaria, se tornaría espirita. Y así sucedió. Otro se torno espirita después de ver un largometraje sobre el médium Chico Xavier. Y otro, después de asistir al filme Nuestro Hogar. No hay conversión mística. Para ser espirita no es necesario “aceptar a Kardec”, como se acepta a “Jesús” en las iglesias evangélicas. El Espiritismo es una cuestión de convicción. Y la convicción no viene de una hora para otra. Ella es siempre el resultado de un proceso “lento” interno, intelectivo, afectivo.
Obviamente que no se trata de algo totalmente racional. La razón es siempre limitada. La actuación nos lleva a lugares donde la razón se muestra tímida, incapaz. Podemos aproximarnos al Espiritismo por la intuición, camino bastante común entre personas humildes, sin formación académica. La razón no es la única puerta para comprenderse el Espiritismo. Más es, sin duda, el elemento fundamental en el proceso de asimilación de los principios doctrinarios. El analfabeto puede tornarse espirita. Allan Kardec dio de cara con mucho de ellos en sus andanzas por Francia, en lo que denomino Viaje Espirita. El espiritismo ya había dejado de ser una doctrina de doctores para diseminarse entre las clases más humildes, entre los más sencillos, sin escolaridad.
Esa faceta del espiritismo es una de sus mayores virtudes. Más también puede ser su perdición, cuando se relega la razón y se coloca el sentimiento como factor primordial de aprehensión de ideas espiritas. Ni tanto el mar, ni tanto la tierra.
Una cosa es cierta: ese binomio dolor amor es extremadamente limitado para definirse el proceso de comprensión de los principios espiritas; es limitado para conceptuar el acto de tornarse espirita. Allan Kardec acostumbraba a decir que el espiritismo es una cuestión de buen sentido. Ora, tenemos un elemento más que huye de aquel binomio esquemático: el buen sentido. ¿Sería exagero decir que podemos tornarnos espiritas por una cuestión de buen sentido, por el recto pensar? No hallo, así, que sea una postura tan arrogante. Y podríamos, por tanto, afirmar que ser espirita no es una cuestión de fe, de conversión, más si simplemente una cuestión de buen sentido, sin que nos limitemos al viejo jerga de la conversión por el dolor o por el amor.
Traducido por Mercedes Cruz Reyes
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