Por Léon Denis
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Nuestra indiferencia para las manifestaciones espiritistas no nos privaría solamente del conocimiento del porvenir de ultratumba; nos quitaría al mismo tiempo la posibilidad de obrar sobre los espíritus desgraciados, de suavizar su suerte, haciéndoles más cómoda la reparación de las faltas cometidas. Los espíritus retrasados, teniendo más afinidad con los hombres que con los espíritus puros, a causa de su constitución fluídica todavía grosera, son precisamente por eso más asequibles a nuestra influencia. Entrando en comunicación con ellos podemos cumplir una generosa misión, instruirles, moralizarles y, al mismo tiempo, mejorar, sanear el ambiente fluidico en que vivimos todos. Los espíritus desgraciados atienden nuestras llamadas y nuestras evocaciones. Nuestros pensamientos simpáticos les envuelven como una corriente eléctrica, les atraen hacia nosotros y nos permiten conversar con ellos valiéndonos de los médiums.
Lo mismo ocurre con toda alma que abandona el mundo.
Nuestras evocaciones despiertan la atención de los fallecidos y facilitan su separación corporal. Nuestras oraciones ardientes, semejantes a chorros luminosos o a vibraciones armoniosas, les iluminan y dilatan su ser. Les resulta agradable pensar que no están abandonados a sí mismos en la inmensidad, que existen aún sobre la tierra seres que se interesan por su suerte y desean su felicidad. Aunque ésta no pueda ser obtenida en ningún caso mediante esas oraciones, no por eso dichas oraciones dejan de ser saludables para el espíritu, al que arrancan a la desesperación y al que dan las fuerzas fluídicas necesarias para luchar contra las influencias perniciosas y salir de su ambiente.
No hay que olvidar, sin embargo, que las relaciones con los espíritus inferiores exigen cierta seguridad de opiniones, tacto y firmeza. Todos los hombres no son aptos para obtener de estas relaciones los buenos efectos que son de esperar. Hay que poseer una verdadera superioridad moral para dominar a estos espíritus, reprimir sus desvíos y dirigirles por el camino del bien. Esta superioridad sólo se adquiere con una vida exenta de pasiones materiales. En este caso, los fluidos purificados del evocador dominan cómodamente a los fluidos de los espíritus retrasados.
Se necesita, además, un conocimiento práctico del mundo invisible, a fin de poderse guiar con seguridad en medio de las contradicciones y de los errores en que abundan las comunicaciones de los espíritus ligeros. Como consecuencia de su naturaleza imperfecta, éstos sólo poseen conocimientos muy restringidos. Ven y juzgan las cosas de diferente modo. Muchos conservan sus opiniones y sus prejuicios de la tierra. La sabiduría y la clarividencia son, pues, indispensables para dirigirse por entre semejante dédalo.
El estudio de los fenómenos espiritistas y las relaciones con el mundo invisible presentan muchas dificultades, y a veces hasta peligros, para el hombre ignorante y frívolo que se preocupe poco de la parte moral de la cuestión. El que, despreocupándose de estudiar la ciencia y la filosofía de los espíritus, penetra bruscamente en el dominio de lo invisible y se entrega sin reserva a las manifestaciones, se encuentra desde un principio en contacto con millares de seres y sin ningún medio de comprobar sus acciones y sus palabras.
Su ignorancia le entrega desarmado a su influencia, toda vez que su voluntad vacilante e indecisa no podría resistir a las sugestiones de que sería objeto. Débil y apasionado, su imperfección atrae a los espíritus semejantes a él, los cuales le sitian y no tendrán escrúpulo alguno en engañarle. No sabiendo nada acerca de las leyes de lo oculto, aislado en el umbral de un mundo donde la alucinación y la realidad se confunden, podrá temerlo todo: la mentira, la ironía, la obsesión.
La intervención de los espíritus inferiores en las manifestaciones espiritistas fue considerable en un principio, y ello tenía su razón de ser. En un ambiente material como el nuestro, sólo las manifestaciones ruidosas de los fenómenos de orden psíquico podían conmover a los hombres y arrancarlos a la indiferencia hacia todo lo que no se refiriese a sus intereses inmediatos. Esto es lo que justifica el papel de las mesas rotativas, de los golpes y de las casas frecuentadas por espíritus. Estos fenómenos vulgares, producidos por espíritus todavía sometidos a la materia, eran apropiados a las exigencias de la causa y al estado mental de aquellos cuya atención se quería despertar. No podía atribuírseles a los espíritus superiores, que no se manifiestan sino ulteriormente y por procedimientos menos groseros, sobre todo con la ayuda de los médiums escritores, auditivos, de incorporación, etc.
Después de los hechos materiales, que se dirigían a los sentidos, los espíritus hablaron a la inteligencia, al sentimiento y a la razón. Este perfeccionamiento gradual de los medios de comunicación pone de manifiesto la multitud de recursos de que disponen las potencias invisibles y las combinaciones variadas y profundas que saben poner en juego para estimular al hombre en el camino del progreso y en el conocimiento de sus destinos.
Livro: Depois da Morte
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