Por José Herculano Pires
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“Cuando María, siendo Jesús en apariencia pequeño, le daba el pecho, la leche era desviada por los espíritus superiores que lo rodeaban, de una forma bien sencilla: en vez de ser absorbida por el niño, que de ella no precisaba, era restituida a la masa de sangre por una acción fluídica que se ejercía sobre María, inconscientemente de ella”.
“Es lo que hizo Jesús en los tres días que estuvo en Jerusalén. Al abrirse el templo, entraba con la multitud y con la multitud salía cuando el templo se cerraba. Una vez fuera y lejos de las miradas de los humanos, desaparecía, despojándose de su envoltorio fluidico tangible y de los vestidos que lo cubrían, los cuales, confiados al cuidado de los espíritus encargados para ese efecto, eran transportadas para lejos de las vistas y del alcance de los hombres. Volviendo para las regiones superiores donde moraba y mora aun, en las alturas de los esplendores celestes, como espíritu protector y gobernador de la Tierra. Al abrirse el templo, reaparecía entre los hombres, retomando el periespiritu tangible y los vestidos que lo hacían pasar por un hombre a los ojos de los humanos”.
(Los cuatro Evangelios - Tomo I, cap. 2.º - Jesús en el Templo)
La infancia mágica de Jesús, cuenta en la obra de Roustaing, hace recordar ciertos Evangelios apócrifos que describieron la vida del niño a través de increíbles peripecias. En los trechos arriba mencionados vemos la descripción anecdótica de la amamantamiento aparente de Jesús. María, una vez más continuaba iludida. El niño fingía mamar. La transformación de la sangre en leche es un acto de magia, digno de figurar en las historias para adolescentes.
La permanencia de Jesús en Jerusalén, los tres días en que estuvo perdido para los padres, cabria en un enredo de aventuras infantiles. Los “ministros de Dios” que dieron la nueva revelación crearon una nueva categoría angélica: la de los ángeles guarda-ropas. Sería difícil imaginar una manera más adecuada de ridicularizar el Espiritismo a los ojos de las personas de buen sentido. La aceptación de una obra como esta por los espiritas y su divulgación solo puede explicarse por la falta de discernimiento.
Roustaing es el anti-Kardec. Si Kardec es el buen sentido, Roustaing es la falta de sentido. A estas alturas del examen de los textos ya no se puede permanecer en actitud neutral ante los absurdos que surgen a cada paso. Estamos en pleno más de la imaginación, fluctuando al sabor de las olas. Más hay una intención evidente – la de lanzar al Espiritismo al ridículo.
Cuando hablamos de magia no estamos refiriéndonos a magia natural que proviene de las funciones mediúmnicas, más si a la magia primitiva o anímica, bien definida por Malinowski, que tanto existe en las selvas como en los medios más civilizados. Es ese el tipo de magia que constituye la esencia del Roustainguismo, en la misma línea del pensamiento mitológico que generó la teoría griega del cuerpo fluídico de Jesús en la era apostólica, contra la cual se irguieron los apóstoles, como vemos en las epístolas de PEDRO Y Juan.
La anécdota del amamantamiento de Jesús ejemplifica bien ese tipo de magia. Jesús niño no aparece allí como un ser real, más si como un ser artificial, un dios mitológico que se disfraza en una criatura humana, como lo hacían los dioses griegos y romanos para eludir a los hombre o la transustanciación s y predicar sus engaños. Usando el poder mágico de la transmutación (alquimia) o la transustanciación (teología) el niño mitológico (y, por tanto, anticristiano) cambiaba la leche (alquimia) materna en sangre y la devolvía a la circulación en el cuerpo de María. Es una adaptación al espiritismo del dogma católico de la eucaristía.
Se puede alegar que esto sería posible por medio de la acción mediúmnica. El caso de la transformación del agua en vino, citado en el Evangelio, podría justificar esa teoría. Más no podemos olvidar las siguientes diferencias: cuando Jesús operó la transformación del agua, no lo hizo para iludir a nadie, más si para demostrar sus poderes y despertar la fe en los que debían oírlo; fue, por tanto, una acción moralmente licita, como todas sus acciones; esa transformación (química y no alquímica) no fue una puesta en escena, más si un hecho real, aun hoy constatable en la actividad mediúmnica. La transmutación de la leche de Maria implica problemas morales inadmisibles en una personalidad espiritual elevada, tanto más que por tras de ella se encuentra todo complejo fantasioso y absurdo del nacimiento fingido. Estaríamos ante esta contradicción que minaría los alicientes del cristianismo y de todo concepto espiritual: la Verdad revelada a través de la mentira.
No podemos separar los principios éticos del contexto de ningún problema espiritual. Se alega también que Jesús enseñaba por parábolas. Más las parábolas no son mentiras, son formas alegóricas, simbólicas de transmisión de la Verdad. La propia Psicología materialista constato esa necesidad de ser más verdaderos en las enseñanzas de las cosas más mundanas, condenando las explicaciones fantasiosas del nacimiento de los niños. Si la leyenda ingenua de la cigüeña es un mal por ser una mentira, qué decir del mito absurdo del nacimiento fingido de Jesús? El uso de la alegoría es valido y prepara el advenimiento de la verdad, más el uso del fingimiento es propio de los mistificadores, de los embusteros, de las criaturas falsas y no de espíritus esclarecidos.
Lo mismo se aplica al episodio ridículo de la permanencia de Jesús niño en Jerusalén. El niño no era niño, más si un espíritu adulto disfrazado de niño. Engañaba a los doctores de la ley con sus respuestas astutas y engañaba al pueblo con sus fugas para el Cielo, dejando las ropas en manos de los ángeles que lo ayudaban en la mistificación. ¿Y por qué todo eso? porque en Jerusalén, justifican los “ministros de Dios” era difícil encontrar lugar para un niño permanecer tres días solo. Disculpa tola, como se ve, que solo tiene una justificativa: una mentira puja a la otra.
Bien precario seria el poder divino si estuviese sometido a la condición de recurrir al Ardiles humano, a los ingenios comunes de los contrabandistas de cuentos del vicario, para poder trazar la Verdad en la tierra. No son los maestros espirituales los que se sirven de esas formas groseras de mistificación, más si de los espíritus mistificadores, los vulgares embusteros. Se justifica, pues, el ardor de Juan, el evangelista, y de Pedro, el apóstol, al repeler la teoría del cuerpo fluidico, también como el ardor de Paulo al advertirnos contra las fabulas que desfiguran la Doctrina de Cristo.
La frase del ultimo trecho citado arriba: “Volvía para las regiones superiores donde moraba y mora aun…” encierra una malicia diabólica. Afirmando que Jesús retornaba a los esplendores celestes, como espíritu protector y gobernador de la Tierra, ella pretende encubrir con esa declaración enfática el ridículo de la destreza del niño. Los corazones ingenuos se conmueven con esa falsa abnegación de un dios mitológico, obligado a participar entre los hombres con una pantomima celeste, y el raciocinio engañado justifica el mito.
Fuente: El Verbo y la Carne
“Cuando María, siendo Jesús en apariencia pequeño, le daba el pecho, la leche era desviada por los espíritus superiores que lo rodeaban, de una forma bien sencilla: en vez de ser absorbida por el niño, que de ella no precisaba, era restituida a la masa de sangre por una acción fluídica que se ejercía sobre María, inconscientemente de ella”.
“Es lo que hizo Jesús en los tres días que estuvo en Jerusalén. Al abrirse el templo, entraba con la multitud y con la multitud salía cuando el templo se cerraba. Una vez fuera y lejos de las miradas de los humanos, desaparecía, despojándose de su envoltorio fluidico tangible y de los vestidos que lo cubrían, los cuales, confiados al cuidado de los espíritus encargados para ese efecto, eran transportadas para lejos de las vistas y del alcance de los hombres. Volviendo para las regiones superiores donde moraba y mora aun, en las alturas de los esplendores celestes, como espíritu protector y gobernador de la Tierra. Al abrirse el templo, reaparecía entre los hombres, retomando el periespiritu tangible y los vestidos que lo hacían pasar por un hombre a los ojos de los humanos”.
(Los cuatro Evangelios - Tomo I, cap. 2.º - Jesús en el Templo)
La infancia mágica de Jesús, cuenta en la obra de Roustaing, hace recordar ciertos Evangelios apócrifos que describieron la vida del niño a través de increíbles peripecias. En los trechos arriba mencionados vemos la descripción anecdótica de la amamantamiento aparente de Jesús. María, una vez más continuaba iludida. El niño fingía mamar. La transformación de la sangre en leche es un acto de magia, digno de figurar en las historias para adolescentes.
La permanencia de Jesús en Jerusalén, los tres días en que estuvo perdido para los padres, cabria en un enredo de aventuras infantiles. Los “ministros de Dios” que dieron la nueva revelación crearon una nueva categoría angélica: la de los ángeles guarda-ropas. Sería difícil imaginar una manera más adecuada de ridicularizar el Espiritismo a los ojos de las personas de buen sentido. La aceptación de una obra como esta por los espiritas y su divulgación solo puede explicarse por la falta de discernimiento.
Roustaing es el anti-Kardec. Si Kardec es el buen sentido, Roustaing es la falta de sentido. A estas alturas del examen de los textos ya no se puede permanecer en actitud neutral ante los absurdos que surgen a cada paso. Estamos en pleno más de la imaginación, fluctuando al sabor de las olas. Más hay una intención evidente – la de lanzar al Espiritismo al ridículo.
Cuando hablamos de magia no estamos refiriéndonos a magia natural que proviene de las funciones mediúmnicas, más si a la magia primitiva o anímica, bien definida por Malinowski, que tanto existe en las selvas como en los medios más civilizados. Es ese el tipo de magia que constituye la esencia del Roustainguismo, en la misma línea del pensamiento mitológico que generó la teoría griega del cuerpo fluídico de Jesús en la era apostólica, contra la cual se irguieron los apóstoles, como vemos en las epístolas de PEDRO Y Juan.
La anécdota del amamantamiento de Jesús ejemplifica bien ese tipo de magia. Jesús niño no aparece allí como un ser real, más si como un ser artificial, un dios mitológico que se disfraza en una criatura humana, como lo hacían los dioses griegos y romanos para eludir a los hombre o la transustanciación s y predicar sus engaños. Usando el poder mágico de la transmutación (alquimia) o la transustanciación (teología) el niño mitológico (y, por tanto, anticristiano) cambiaba la leche (alquimia) materna en sangre y la devolvía a la circulación en el cuerpo de María. Es una adaptación al espiritismo del dogma católico de la eucaristía.
Se puede alegar que esto sería posible por medio de la acción mediúmnica. El caso de la transformación del agua en vino, citado en el Evangelio, podría justificar esa teoría. Más no podemos olvidar las siguientes diferencias: cuando Jesús operó la transformación del agua, no lo hizo para iludir a nadie, más si para demostrar sus poderes y despertar la fe en los que debían oírlo; fue, por tanto, una acción moralmente licita, como todas sus acciones; esa transformación (química y no alquímica) no fue una puesta en escena, más si un hecho real, aun hoy constatable en la actividad mediúmnica. La transmutación de la leche de Maria implica problemas morales inadmisibles en una personalidad espiritual elevada, tanto más que por tras de ella se encuentra todo complejo fantasioso y absurdo del nacimiento fingido. Estaríamos ante esta contradicción que minaría los alicientes del cristianismo y de todo concepto espiritual: la Verdad revelada a través de la mentira.
No podemos separar los principios éticos del contexto de ningún problema espiritual. Se alega también que Jesús enseñaba por parábolas. Más las parábolas no son mentiras, son formas alegóricas, simbólicas de transmisión de la Verdad. La propia Psicología materialista constato esa necesidad de ser más verdaderos en las enseñanzas de las cosas más mundanas, condenando las explicaciones fantasiosas del nacimiento de los niños. Si la leyenda ingenua de la cigüeña es un mal por ser una mentira, qué decir del mito absurdo del nacimiento fingido de Jesús? El uso de la alegoría es valido y prepara el advenimiento de la verdad, más el uso del fingimiento es propio de los mistificadores, de los embusteros, de las criaturas falsas y no de espíritus esclarecidos.
Lo mismo se aplica al episodio ridículo de la permanencia de Jesús niño en Jerusalén. El niño no era niño, más si un espíritu adulto disfrazado de niño. Engañaba a los doctores de la ley con sus respuestas astutas y engañaba al pueblo con sus fugas para el Cielo, dejando las ropas en manos de los ángeles que lo ayudaban en la mistificación. ¿Y por qué todo eso? porque en Jerusalén, justifican los “ministros de Dios” era difícil encontrar lugar para un niño permanecer tres días solo. Disculpa tola, como se ve, que solo tiene una justificativa: una mentira puja a la otra.
Bien precario seria el poder divino si estuviese sometido a la condición de recurrir al Ardiles humano, a los ingenios comunes de los contrabandistas de cuentos del vicario, para poder trazar la Verdad en la tierra. No son los maestros espirituales los que se sirven de esas formas groseras de mistificación, más si de los espíritus mistificadores, los vulgares embusteros. Se justifica, pues, el ardor de Juan, el evangelista, y de Pedro, el apóstol, al repeler la teoría del cuerpo fluidico, también como el ardor de Paulo al advertirnos contra las fabulas que desfiguran la Doctrina de Cristo.
La frase del ultimo trecho citado arriba: “Volvía para las regiones superiores donde moraba y mora aun…” encierra una malicia diabólica. Afirmando que Jesús retornaba a los esplendores celestes, como espíritu protector y gobernador de la Tierra, ella pretende encubrir con esa declaración enfática el ridículo de la destreza del niño. Los corazones ingenuos se conmueven con esa falsa abnegación de un dios mitológico, obligado a participar entre los hombres con una pantomima celeste, y el raciocinio engañado justifica el mito.
Fuente: El Verbo y la Carne
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