Por Riviane Damásio
Otoño de 1961, día 09 del mes de Octubre, Barcelona España.
Era media mañana de un día claro, los paisajes estaban verdosos y el clima ameno y aun mismo oscilando en los altos y bajos del día, no ultrapasaba los 27 grados e invitaba a la gente del lugar a un espectáculo más de la vida! el presagio era de la felicidad cotidiana…
En una plaza de la ciudad, Plaza de Quemadero, cerca de ocho hombres en sus diferentes papeles, cumplían, con sus emociones casi imperceptibles, ordenes de la autoridad religiosa local, que condenaba al fuego inquisidor, cerca de 300 libros que “renegaban” la fe vigente en el poder y estaban intactos, diseminar sus ideas apócrifas por el país. Los libros hablaban de moral, de fe, de fenómenos espirituales, de ciencia, de mediúmnidad, de una nueva doctrina (que según algunos supuestamente podría virar la cabeza de los hombres) y hablaban de Dios.
El mirar del padre de la comitiva quemó por unos instantes los ojos de un hombre entre los muchos que lo miraban de aquella multitud enfurecida que asistía al improbable espectáculo. El hombre desvió la mirada del religioso y posó en la cruz que el cargaba en sus manos y que sarcásticamente simbolizaba otra quema de ideas cometida hacia 1961 años antes y pensó: ¿Hasta cuándo nos repetiremos?
El escribiente de las actas del caluroso espectáculo se colocó cautelosamente en una posición apartada del fuego, que era alimentado por tres sirvientes de la aduana sudorosa por el calor y por la energía de indignación que venía del pueblo que gritaba sus pareceres a aquella arremetida de inquisición.
En breve el humo de los fuegos se iba esparciendo en el aire, recordando a todos que era la hora de volver. No sin antes, muchos revisar en los escombros de la violencia y cargar consigo páginas amarillentas, más salvadas del espíritu del fuego.
Verano del 2012, día 11 del mes de Marzo, Río de Janeiro, Brasil.
Al final de la tarde de un domingo soleado de fin de verano, pocas nubes en el cielo, la temperatura excedía los 31 grados y la gente del lugar ya caminaba en dirección a los bares, playas y otras direcciones.
El preludio era de una noche estrellada.
En una casa espirita de la ciudad, cerca de tres mujeres, equipadas de sus autoridades de bibliotecarias del local, son sus facciones impasibles, colocaban en una estantería de hierro muchos libros romanceados donados por un colaborador. En los lugares de destaque y más accesibles de las estanterías, ellos fueron colocados en orden cronológico y adhesivos blancos con letras rojas fueron colocados señalizando los autores. En la última estantería, casi en el suelo, traducciones de aquellos libros quemados en España, se agrupaban en buen estado, sin embargo polvorientos y prodigados por las miradas de los que pasaban por allá. Y era como si hiciesen eco en el local de la constatación de que el fuego no consigue destruir ideas, más si el espíritu destruidor de la ignorancia del hombre puede apagarlas.
El Espíritu del Fuego solo habita en el carácter del hombre encarnado, que hace de él, el hierro que forzosamente formula convicciones.
Puede nuestro fuego interior quemar apenas la inercia, incongruencias, paradigmas y falacias…
Que nuestro fuego espiritual siga encendido para iluminar mentes y su calor sea acogedor y seguro.
Clique aqui para a versão em português.
Tradução: Mercedes Cruz
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