Por Manuel S. Porteiro
La moral es muy importante en la vida de los hombres, Jesús, como Krishna y como otros espíritus luminosos que supieron ordenar al hombre sin imponerle claudicaciones, no fundaron ninguna religión positiva; enseñaron, sí, una moral sublime, idéntica para todos los hombres, sin sujeción a tiempos, lugares ni circunstancias, sin casuística ni acomodos, moral que lo mismo sirve para realizar el ideal de felicidad humana en este mundo, que para guiar al espíritu en la senda de su progreso indefinido. Esta moral es esencialmente idéntica a la que se desprende de la filosofía espiritista, pero esta última tiene el valor de su fundamento científico, de sustituir el parabolismo de aquélla con una forma racional de explicación y dar también al hombre su razón de ser moral.
El Espiritismo viene hoy a levantar la moral caída, a darle una base científica, a demostrar que lo que ayer fue intuición filosófica, es hoy verdad positiva; viene a probar con hechos que los principios morales entran grados de desarrollo, que son propios del espíritu, no del organismo ni de la materia, que la moralidad se manifiesta en cada uno según el grado de evolución alcanzado; viene a demostrar que el hombre es un espíritu encarnado, sujeto a continua evolución, que ha vivido en anteriores existencias en estados biológicos interiores y que una vez abandonado su cuerpo material, continúa evolucionando progresivamente, subiendo de tramo en tramo la escala infinita de su progreso, en este o en otros mundos más en armonía con su desarrollo espiritual, que la mayor capacidad moral e intelectual depende del esfuerzo propio de cada ser, de la actividad que despliegue para alcanzarla, que la adquisición de esta capacidad, siempre creciente en su infinito desarrollo, consiste en el ejercicio de todas sus facultades y aptitudes, inspiradas en el bien y puestas al servicio de sus semejantes y, en lo posible, de los demás seres que le rodean; viene a establecer la fraternidad universal sobre las mismas leyes de la evolución, demostrando que la solidaridad no es una palabra vacía, por cuanto no puede existir progreso moral individual, sin progreso colectivo, ni éste sin aquél y que, por consiguiente, cuanto más bien hacemos a los demás, más bien nos hacemos a nosotros mismos; viene a dar al ser una sanción justa y ecuánime, natural y divina, que está en las leyes de su propia evolución, en el principio de causalidad, que nos enseña que toda causa produce un efecto proporcional, que toda acción tiene en sí misma las consecuencias de su bondad o de su maldad, sanción, a la cual no escapan las intenciones ni las circunstancias; viene, en fin, a reafirmar la creencia en un Ser supremo, principio inteligente, creador eterno, manantial de sabiduría, de amor, de justicia, de bondad y de belleza, de donde emanamos y adonde vivimos, sin percatarnos de nuestra pequeñez y al mismo tiempo de nuestra grandeza.
De este conocimiento que se desprende del Espiritismo científico, de las manifestaciones mismas de los seres que han vivido en la tierra y superviven a la muerte con la visión de sus existencias pasadas, de sus mensajes mismos, se desprende la moral espírita, moral sublime que, como hemos dicho, abraza todo lo que hay de bueno y de justo en las demás filosofías y religiones, verdadera ciencia deductiva que descansa en principios inalterables y universales.
La moral espírita enseña a practicar el bien sin interés de recompensas, premios ni castigos, a no ser bueno por temor ni por cálculo, sino porque el bien es la ley suprema de nuestra vida, aumenta nuestra riqueza espiritual, nos eleva y nos engrandece; a proceder con justicia en todos los actos de nuestra vida. Ante el dilema si hemos de ser buenos, justos y veraces, cuando la bondad, la justicia y la verdad nos perjudican, o si hemos de ser todo lo contrario cuando la maldad, la injusticia y la mentira nos benefician, la moral espírita se inclina decididamente por lo primero.
Nos enseña también a practicar la caridad con altruismo, con amor y con delicadeza, demostrándonos que lo que hacemos en bien de los demás es en nuestro bien propio, y que, al obrar así, no hacemos más que cumplir con un deber de solidaridad; a proteger al débil y amparar al desgraciado, cualquiera que sea su debilidad y su desgracia; a levantar al caído, a instruir al ignorante, a ver en cada delincuente un hermano, que hay que redimir con amor, y en cada delito, un enemigo que hay que combatir sin piedad; a no juzgar ni castigar, ni a dar derecho ni atribuciones a nadie para que juzgue ni castigue, considerando que todos somos pecadores y delincuentes en más o menos grado, que los pecados y delitos son propios de nuestra imperfección y de muestro atraso y que, para atenuarlos, hay que instruir, educar y suprimir en lo posible las causas que los producen; a obrar bien con entereza y con rectitud, sin temor a la crítica mundana; a gozar de todos los placeres de la vida, con honestidad y moderación, prefiriendo siempre los placeres espirituales y, en fin, a trabajar y vivir del producto de nuestro propio trabajo, considerando éste no como un fin sino como un medio para el ejercicio y desarrollo de todas nuestras facultades espirituales y para domar nuestro espíritu de sus rudezas y sus bajas pasiones.
La moral espírita es evolucionista, en el sentido de que se irá imponiendo paulatinamente a medida de la comprensión y del progreso moral de los individuos y los pueblos, pero en su esencia y en sus principios es absoluta, no admite términos medios, y en sus mandatos es radical e imperativa; no dice al hombre: haz el bien con arreglo a tal o cual circunstancia; sé justo con relación a tal o cual época o lugar; di la verdad, pero que ella no lastime a tales o cuales mentiras, a tales o cuales injusticias, a tales o cuales convencionalismos o intereses. Por el contrario, afirma categóricamente: sé bueno, sé justo, sé veraz, aunque el mundo y sus prejuicios se resientan por tu bondad, por tu justicia, por tu verdad.
La moral espírita es, pues, una moral de principios; no es una moral de circunstancias que, como la establecida por la ley civil y por las costumbres sociales, se adapta al medio y a la estructura económica y política de la sociedad; no es una moral que beneficia los intereses de unos en detrimento de los intereses de los demás; por el contrario, tiende a mancomunar los intereses particulares en un solo interés general, haciendo que todos los hombres sean solidarios en la producción y en el goce de la riqueza social, de acuerdo con sus fuerzas, sus aptitudes y con sus necesidades; no tiene clases, no admite prerrogativas ni categorías sociales su sanción, a todos los alcanza por igual según sean sus acciones, el grado de comprensión, el mérito o demérito de cada uno; y ante el Juez Supremo, que falla en la conciencia y en las leyes de la misma evolución, no caben títulos ni riquezas, ni castas, ni absurdos privilegios sociales.
Enseña la humildad (en el límite de la suavidad y de la modestia), sin humillación ni rebajamiento, aconseja la tolerancia, pero sin descender al consentimiento del mal, ni convivir con él. El juicio crítico que tiende a su mayor grado de perfeccionamiento del individuo y de la sociedad, es una facultad que debe emplearse contra el crimen y la injusticia; consentir éstos, convivir con ellos, no es una virtud, sino más bien una cobardía, que puede ocasionar mayores males que los que tolera.
La nueva moral que desprende del Espiritismo científico viene, pues, a transformar por completo la sociedad, y a su influencia se deberá la desaparición de muchos crímenes, de muchas injusticias, de muchas mentiras e inmoralidades que se tienen hoy por muy morales y muy sagradas; y, en cambio, se afianzarán muchas verdades, muchas virtudes, muchas aspiraciones justas que la moral hipócrita de nuestra sociedad desecha como cosas moralmente malas.
Esta doctrina redentora, lejos de ser rígida disciplina, impuesta arbitrariamente a la conciencia, es un código de amor, de paz, de esperanzas, de consuelos, de promesas y de infinitas satisfacciones espirituales. El que esto escribe, ha sentido en su alma el bálsamo consolador de esta doctrina en sus momentos de desvaríos, cuando las recrudescencias de la vida laceraban sin piedad su corazón. Al borde de más de un abismo ha encontrado en esta moral sublime el apoyo para no caer; y reconfortado su espíritu por la visión de un superior destino, volvió los ojos a la luz con la alegría de vivir, huyendo de las negruras abismales donde la amargura, el despecho o la pasión lo hacían zozobrar. Y este milagro, que se habrá producido en la conciencia de muchos espiritistas sólo puede hacerlo la convicción profunda que nos da el Espiritismo.
Extraído del libro Origen de las Ideas Morales – Manuel S. Porteiro
Livro originalmente publicado en 1998 pelo Movimiento de Cultura Espírita – CIMA, en Caracas, Venezuela.
La moral es muy importante en la vida de los hombres, Jesús, como Krishna y como otros espíritus luminosos que supieron ordenar al hombre sin imponerle claudicaciones, no fundaron ninguna religión positiva; enseñaron, sí, una moral sublime, idéntica para todos los hombres, sin sujeción a tiempos, lugares ni circunstancias, sin casuística ni acomodos, moral que lo mismo sirve para realizar el ideal de felicidad humana en este mundo, que para guiar al espíritu en la senda de su progreso indefinido. Esta moral es esencialmente idéntica a la que se desprende de la filosofía espiritista, pero esta última tiene el valor de su fundamento científico, de sustituir el parabolismo de aquélla con una forma racional de explicación y dar también al hombre su razón de ser moral.
El Espiritismo viene hoy a levantar la moral caída, a darle una base científica, a demostrar que lo que ayer fue intuición filosófica, es hoy verdad positiva; viene a probar con hechos que los principios morales entran grados de desarrollo, que son propios del espíritu, no del organismo ni de la materia, que la moralidad se manifiesta en cada uno según el grado de evolución alcanzado; viene a demostrar que el hombre es un espíritu encarnado, sujeto a continua evolución, que ha vivido en anteriores existencias en estados biológicos interiores y que una vez abandonado su cuerpo material, continúa evolucionando progresivamente, subiendo de tramo en tramo la escala infinita de su progreso, en este o en otros mundos más en armonía con su desarrollo espiritual, que la mayor capacidad moral e intelectual depende del esfuerzo propio de cada ser, de la actividad que despliegue para alcanzarla, que la adquisición de esta capacidad, siempre creciente en su infinito desarrollo, consiste en el ejercicio de todas sus facultades y aptitudes, inspiradas en el bien y puestas al servicio de sus semejantes y, en lo posible, de los demás seres que le rodean; viene a establecer la fraternidad universal sobre las mismas leyes de la evolución, demostrando que la solidaridad no es una palabra vacía, por cuanto no puede existir progreso moral individual, sin progreso colectivo, ni éste sin aquél y que, por consiguiente, cuanto más bien hacemos a los demás, más bien nos hacemos a nosotros mismos; viene a dar al ser una sanción justa y ecuánime, natural y divina, que está en las leyes de su propia evolución, en el principio de causalidad, que nos enseña que toda causa produce un efecto proporcional, que toda acción tiene en sí misma las consecuencias de su bondad o de su maldad, sanción, a la cual no escapan las intenciones ni las circunstancias; viene, en fin, a reafirmar la creencia en un Ser supremo, principio inteligente, creador eterno, manantial de sabiduría, de amor, de justicia, de bondad y de belleza, de donde emanamos y adonde vivimos, sin percatarnos de nuestra pequeñez y al mismo tiempo de nuestra grandeza.
De este conocimiento que se desprende del Espiritismo científico, de las manifestaciones mismas de los seres que han vivido en la tierra y superviven a la muerte con la visión de sus existencias pasadas, de sus mensajes mismos, se desprende la moral espírita, moral sublime que, como hemos dicho, abraza todo lo que hay de bueno y de justo en las demás filosofías y religiones, verdadera ciencia deductiva que descansa en principios inalterables y universales.
La moral espírita enseña a practicar el bien sin interés de recompensas, premios ni castigos, a no ser bueno por temor ni por cálculo, sino porque el bien es la ley suprema de nuestra vida, aumenta nuestra riqueza espiritual, nos eleva y nos engrandece; a proceder con justicia en todos los actos de nuestra vida. Ante el dilema si hemos de ser buenos, justos y veraces, cuando la bondad, la justicia y la verdad nos perjudican, o si hemos de ser todo lo contrario cuando la maldad, la injusticia y la mentira nos benefician, la moral espírita se inclina decididamente por lo primero.
Nos enseña también a practicar la caridad con altruismo, con amor y con delicadeza, demostrándonos que lo que hacemos en bien de los demás es en nuestro bien propio, y que, al obrar así, no hacemos más que cumplir con un deber de solidaridad; a proteger al débil y amparar al desgraciado, cualquiera que sea su debilidad y su desgracia; a levantar al caído, a instruir al ignorante, a ver en cada delincuente un hermano, que hay que redimir con amor, y en cada delito, un enemigo que hay que combatir sin piedad; a no juzgar ni castigar, ni a dar derecho ni atribuciones a nadie para que juzgue ni castigue, considerando que todos somos pecadores y delincuentes en más o menos grado, que los pecados y delitos son propios de nuestra imperfección y de muestro atraso y que, para atenuarlos, hay que instruir, educar y suprimir en lo posible las causas que los producen; a obrar bien con entereza y con rectitud, sin temor a la crítica mundana; a gozar de todos los placeres de la vida, con honestidad y moderación, prefiriendo siempre los placeres espirituales y, en fin, a trabajar y vivir del producto de nuestro propio trabajo, considerando éste no como un fin sino como un medio para el ejercicio y desarrollo de todas nuestras facultades espirituales y para domar nuestro espíritu de sus rudezas y sus bajas pasiones.
La moral espírita es evolucionista, en el sentido de que se irá imponiendo paulatinamente a medida de la comprensión y del progreso moral de los individuos y los pueblos, pero en su esencia y en sus principios es absoluta, no admite términos medios, y en sus mandatos es radical e imperativa; no dice al hombre: haz el bien con arreglo a tal o cual circunstancia; sé justo con relación a tal o cual época o lugar; di la verdad, pero que ella no lastime a tales o cuales mentiras, a tales o cuales injusticias, a tales o cuales convencionalismos o intereses. Por el contrario, afirma categóricamente: sé bueno, sé justo, sé veraz, aunque el mundo y sus prejuicios se resientan por tu bondad, por tu justicia, por tu verdad.
La moral espírita es, pues, una moral de principios; no es una moral de circunstancias que, como la establecida por la ley civil y por las costumbres sociales, se adapta al medio y a la estructura económica y política de la sociedad; no es una moral que beneficia los intereses de unos en detrimento de los intereses de los demás; por el contrario, tiende a mancomunar los intereses particulares en un solo interés general, haciendo que todos los hombres sean solidarios en la producción y en el goce de la riqueza social, de acuerdo con sus fuerzas, sus aptitudes y con sus necesidades; no tiene clases, no admite prerrogativas ni categorías sociales su sanción, a todos los alcanza por igual según sean sus acciones, el grado de comprensión, el mérito o demérito de cada uno; y ante el Juez Supremo, que falla en la conciencia y en las leyes de la misma evolución, no caben títulos ni riquezas, ni castas, ni absurdos privilegios sociales.
Enseña la humildad (en el límite de la suavidad y de la modestia), sin humillación ni rebajamiento, aconseja la tolerancia, pero sin descender al consentimiento del mal, ni convivir con él. El juicio crítico que tiende a su mayor grado de perfeccionamiento del individuo y de la sociedad, es una facultad que debe emplearse contra el crimen y la injusticia; consentir éstos, convivir con ellos, no es una virtud, sino más bien una cobardía, que puede ocasionar mayores males que los que tolera.
La nueva moral que desprende del Espiritismo científico viene, pues, a transformar por completo la sociedad, y a su influencia se deberá la desaparición de muchos crímenes, de muchas injusticias, de muchas mentiras e inmoralidades que se tienen hoy por muy morales y muy sagradas; y, en cambio, se afianzarán muchas verdades, muchas virtudes, muchas aspiraciones justas que la moral hipócrita de nuestra sociedad desecha como cosas moralmente malas.
Esta doctrina redentora, lejos de ser rígida disciplina, impuesta arbitrariamente a la conciencia, es un código de amor, de paz, de esperanzas, de consuelos, de promesas y de infinitas satisfacciones espirituales. El que esto escribe, ha sentido en su alma el bálsamo consolador de esta doctrina en sus momentos de desvaríos, cuando las recrudescencias de la vida laceraban sin piedad su corazón. Al borde de más de un abismo ha encontrado en esta moral sublime el apoyo para no caer; y reconfortado su espíritu por la visión de un superior destino, volvió los ojos a la luz con la alegría de vivir, huyendo de las negruras abismales donde la amargura, el despecho o la pasión lo hacían zozobrar. Y este milagro, que se habrá producido en la conciencia de muchos espiritistas sólo puede hacerlo la convicción profunda que nos da el Espiritismo.
Extraído del libro Origen de las Ideas Morales – Manuel S. Porteiro
Livro originalmente publicado en 1998 pelo Movimiento de Cultura Espírita – CIMA, en Caracas, Venezuela.
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