Mostrando postagens com marcador Cultura Espírita. Mostrar todas as postagens
Mostrando postagens com marcador Cultura Espírita. Mostrar todas as postagens

terça-feira, 22 de fevereiro de 2011

Cultura Espírita - versão em Espanhol

Por José Herculano Pires

Clique aqui para a versão em português.

La Cultura Espirita, como señaló Humberto Mariotti, filosofo y poeta espirita argentino, es una realidad bibliográfica, edificada en el plano de de pesquisas y estudios. Socialmente se reducía a una parte mínima del movimiento espirita mundial, pues la mayoría de los espiritas la desconoce. Se comprende que eso acontece a consecuencia de las campañas deformadoras y difamatorias de las Iglesias y de las Instituciones Científicas, especialmente la Medicina, contra el Espiritismo. Más gran parte de la culpa cabe a los propios espiritas cultos, que, en su mayoría, se muestran displicentes, por la acomodación indebida o prejuicio mental. Por otro lado, la vanidad y el pedantismo intelectual de muchos espiritas los apartan de las pesquisas sobre los más importantes aspectos de la doctrina, para entregarse a elucubraciones personales gratuitas, dispersivas y no es raro absurdas. El deseo vanidoso de brillar a los ojos vacios del mundo llevó a muchos de ellos a querer adaptar el Espiritismo a las conquistas científicas modernas, en vez de mostrar la subordinación de esas conquistas al esquema doctrinario. Otros quisieron atrevidamente actualizar la doctrina y otros aun se aventuraron a corregir a Kardec. Esas actitudes no dieron el provecho personal que deseaban y sirvieron apenas para incentivar las mistificaciones.

Toda nueva cultura nace de la anterior. De las culturas anteriores nació la cultura moderna, cargada de contribuciones antiguas. Más el aceleramiento de la evolución cultural a partir de la II Guerra Mundial hizo eclosionar casi de sorpresa la Era Tecnológica. El materialismo antiguo ha llegado su ápice y estallo para que las entrañas de la materia revelasen su secreto. Y ese secreto confirmó la validad de la Cultura Espirita marginalizada en el plano biográfico. Comenzó así el desabrochar de una Nueva Civilización, que es la Civilización del Espíritu. “La finalidad de la Educación - escribió Hubert - es instalar en la Tierra, por la solidaridad de conciencias, la Republica de los Espíritus”. Esa fue la proclamación de la Nueva Era, hecha en la Francia de Kardec, en París en su batalla por el Espiritismo.

Más para una que civilización se desenvuelva es necesaria la integración de los hombres en sus principios y presupuestos. Unos y otros se encuentran en los libros de Kardec, más si esos libros no fueran realmente estudiados, investigados en la profunda intimidad de los textos y transformados en pensamientos vivo en la realidad social, la civilización no pasará de una utopía o de una deformación de la realidad soñada. Por más frágil y efímero que sea el hombre en su existencia, es él que da vida al presente y al futuro, es el demiurgo que modela los mundos. Para construir la Civilización del Espíritu el hombre espirita necesita que viva en si mismo, en su conciencia y en su carne, pues en esta relación toma conciencia con el mundo que se realiza. Y para eso no bastan los libros, es necesario el concurso de todos los medios de comunicación: la palabra, la imprenta, la radio, la televisión, y más aun, la practica intensiva y colectiva de los principios doctrinarios de manera correcta y fiel. Si el hombre espirita de hoy no comprendiera eso y duerme sobre los laureles literarios, la Civilización Espirita abortará o será transformada en una simple caricatura precisan tomar conciencia con urgencia. O concuerdan con la gravedad del problema o serán aplastados por el avance de los acontecimientos en el tiempo.

La idea cómoda de que Dios hizo y nosotros disfrutamos o soportamos no tiene lugar en el Espiritismo. Por el contrario, en esto se sabe que el hacer de Dios en el mundo humano se realiza a través de los hombres capaces de captar su voluntad y la ejecuta. No hay milagros ni efectos mágicos en la Naturaleza, donde la voluntad de Dios se cumple a través de los Espíritus, desde el control de las formas atómicas hasta el crecimiento de los vegetales. Decía Talles de Mileto, el filosofo vidente, que el mundo está lleno de dioses que trabajan en toda la Naturaleza, y dioses, para los griegos, eran espíritus. Kardec repitió en otros términos y de manera más explícita y minuciosa esa misma verdad. En el mundo humano los Espíritus se encarnan, se hacen hombres para modelarlo. Cada espíritu encarnado trae consigo su tarea y su responsabilidad espiritual e intransferible. El que no cumple su deber, fracasa. No hay otra alternativa. El fracaso de la mayoría de los cristianos resultó en falencia casi total del Cristianismo. El que se salvó fue lo poco que algunos hicieron. Y a partir de ese poco, dos mil años después de la predicación de Cristo y de su ejemplo de abnegación total, fue que Kardec partió para la arrancada espirita. El ejemplo de Francia es una advertencia a los brasileños. La hipnosis materialista observó los franceses en lo inmediato y el Espiritismo casi se apago en todos los campos eructados por Kardec, Denis, Flammarión, Delanne y tantos otros. La intensa y conmovedora batalla de León Denis, en Francia y en toda Europa, en los congresos espiritas y espiritualistas de fines de siglo XIX y primer cuarto de nuestro siglo fue contra las infiltraciones de doctrinas extrañas, de espiritualismos repelentes en el medio espirita. Fue gigantesco el esfuerzo del famoso Druida de Lorena, como Conan Doyle lo llamaba, para mostrar que el Espiritismo era una nueva concepción del hombre y de la vida, que no se podía confundir con las escuelas espiritualistas ancestrales, cargadas de supersticiones y principios individualmente afirmados o provistos de tradiciones distantes, sin ninguna base de criterio científico. Lo mismo acontece hoy entre nosotros, bajo la complacencia de instituciones representativas de la doctrina y el apoyo fanático de líderes carismáticos, ciegos espirituales y alucinados mentales dirigiendo a multitud de ciegos.

Todos los intentos de corregir esa situación peligrosa se chocan con frialdad irresponsable de los que se dicen responsables por el desenvolvimiento doctrinario. Y la pasividad de la masa espirita, anestesiada por el sueño de la salvación personal, del valor mágico de la tolerancia bastarda, de la creencia ingenua del valor sobrenatural de las limosnas patéticas (el óbolo de la viuda dado por las cajas de cuentas comunes en los bancos), va minando en silencio el legado de Kardec. El miedo al pecado que sale de la boca, de la pena o de las teclas – mientras se come y bebe hasta hartar, se asemejan a migajas al pobre y se duerme en la bienaventuranza de las largas digestiones – hace desaparecer del medio espirita el dialogo del pasado reciente, sustituyendo el coro de los debates por el silencio místico de las bocas de serie. Nadie habla para no pecar y peca por no hablar, por no espantar por lo menos con un grito a las aves dañinas y aguaderas que destruyen la siembra.

La prensa espirita, que debía ser una llama, es un foco de infección, sembrando las mistificaciones de Roustaing, Ramatis y otros, o lloviendo en mojado con la repetición cansativa de viejos y golpes de eslogan, mientras las tierras secas se esterilizan abandonadas. El óbolo de la viuda no cae en los cofres del templo, más si en los desvanes del suelo rachado por la mayor sequia en los corazones, como recordó Constancio Vigil.

Al margen de esa prensa parroquial, hecha para alimentar a la familia, los periódicos que surgen en condiciones para mostrar al gran público la grandeza y el resplandor de la Doctrina mueren de inanición, mientras periódicos mistificadores, preparados con los condimentos de la prensa sensacionalista y lisonjera, o temperados con discreción (cuanto más cerradas, más gustosas) son mantenidas por la renta de instituciones comerciales o por intereses marginales.

Las escuelas espiritas marcan el paso en el camino común. Los programas de radio son sofocados por adulteradores y sustituidos por improvisaciones acomodadas. La televisión solo se abre para sensacionalismos destrozados. Los recursos financieros si son empleados en folletos de ahorro de caridad visible, que no invisible rinde intereses y correcciones monetarias. Las iniciativas editoriales valientes mueren asfixiadas por el encaje, ante el desinterés de un público apático. Los hospitales Espiritas se transforman en organizaciones comunes, mantenidos por verbas oficiales de socorro a enfermos que pueden cargarlas a sus cofres, la antigua y legitima caridad espirita de años atrás, sustentada por algunos abnegados que ya pasaron para el Más Allá, marchito como la flor del sida en pastos resecos. Restan apenas, en ese paisaje desolador, algunos pequeños oasis sustentados por los últimos y pobres abencerrajes (*) de una vieja estirpe desaparecida.

Es necesario que se diga todo eso, que se escriba y siembre esa verdad dolorosa, para que toque los corazones, con la esperanza de una reacción que tal vez no se verifique, más que por lo menos intente despertar. En la hora decisiva de la cosecha, helada por la indiferencia y los parásitos del comodismo amenazan las mínimas esperanzas de antiguos y cansados labradores. A pesar de eso, los que aun resisten no pueden abandonar sus puestos. Es necesario luchar, pues lo poco que se pueda salvar podrá ser la garantía de mejores días. El hombre, las generaciones humanas mueren en el tiempo, más el espíritu no. El tiempo es el campo de batalla en el que los vencidos caen para resucitar. ¿Quién podrá detener la evolución del Espíritu en el tiempo? La conciencia humana madura con el tiempo. La esperanza espirita no reposa en la fragilidad humana, más si en las potencialidades del espíritu, que se actualizan en el fuego de las experiencias existenciales. Corta el la vida, largo es el tiempo, y la Verdad intemporal aguarda a todos en impasible Limiar del eterno. El hombre es la centella oculta que nunca se apaga y volverá a encender la llama cuantas veces sea necesario, para que la serenidad, la coherencia y el amor lo rescaten en la duración de los siglos y de los milenios.

Todas las civilizaciones de la Tierra se desenvolverán, en una asombrosa sucesión de sombra y luz, para que un día –el Dia del Señor, del que hablan los antiguos hebreos – la Civilización del espíritu se instale en los planetas martirizados por las travesuras de la insensatez humana. Entonces tendremos el Nuevo Cielo la Nueva Tierra de la profecía milenaria. Los que no se tornen dignos de la promesa continuaran a la espera y a la madurez en las estufas de los mundos inferiores, purgando los residuos de la animalidad. Esa es la ley inviolable de la Antropología Espirita.

(*) Individuos que se muestran en extremada dedicación a una cosa; son los verdaderos paladines de una idea.

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes.

sábado, 19 de fevereiro de 2011

Cultura Espírita

Por José Herculano Pires

A Cultura Espírita, como observou Humberto Mariotti, filósofo e poeta espírita argentino, é uma realidade bibliográfica, edificada no plano das pesquisas e dos estudos. Socialmente se reduzia uma parte mínima do movi­mento espírita mundial, pois a maioria dos espíritas a desconhece. Compreende-se que isso acontece em conseqüência das campanhas deformadoras e difamatórias das Igrejas e das Instituições Científicas, especialmente as de Medicina, contra o Espiritismo. Mas grande parte da culpa cabe aos próprios espíritas cultos, que, em sua maioria, se mostraram displicentes, por acomodação indébita ou preguiça mental. Por outro lado, a vaidade e o pedantismo intelectual de muitos espíritas os afastaram das pesquisas sobre os mais importantes aspectos da doutrina, para se entregarem a elucubrações pessoais gratuitas, dispersivas e não raro absurdas. O desejo vaidoso de brilhar aos olhos vazios do mundo levou muitos deles a querer adaptar o Espiritismo às conquistas científicas modernas, ao invés de mostrarem a subordinação dessas conquistas ao esquema doutrinário. Outros quiseram atrevidamente atualizar a dou­trina e outros ainda se aventuraram a corrigir Kardec. Essas atitudes não deram o proveito pessoal que desejavam e serviram apenas para incentivar as mistificações.

Toda nova cultura nasce da anterior. Das culturas anteriores nasceu a cultura moderna, carregada de contribuições antigas. Mas o aceleramento da evolução cultural a partir da II Guerra Mundial fez eclodir quase de surpresa a Era Tecnológica. O materialismo atingiu o seu ápice e explodiu para que as entranhas da matéria revelassem o seu segredo. E esse segredo confirmou a validade da Cultura Espírita marginalizada no plano bibliográfico. Começou assim o desabrochar de uma Nova Civilização, que é a Civilização do Espírito. “A finalidade da Educação — escreveu Hubert — é instalar na Terra, pela solidariedade de consciências, a República dos Espíritos”. Essa foi a proclamação da Nova Era, feita na França de Kardec, na Paris da sua batalha pelo Espiritismo.

Mas para que uma civilização se desenvolva é necessária a integração dos homens nos seus princípios e pressupostos. Uns e outros se encontram nos livros de Kardec, mas se esses livros não forem realmente estudados, investigados na intimidade pro­funda dos textos e transformados em pensamento vivo na realidade social, a civilização não passará de uma utopia ou de uma deformação da realidade sonhada. Por mais frágil e efêmero que seja o homem na sua existência, é ele que dá vida ao presente e ao futuro, é ele o demiurgo que modela os mundos. Para o homem espírita construir a Civilização do Espírito é necessário que a viva em si mesmo, na sua consciência e na sua carne, pois é nesta que a relação da consciência com o mundo se realiza. E para isso não bastam os livros, é necessário o concurso de todos os meios de comunicação: a palavra, a imprensa, o rádio, a televisão, e mais ainda, a prática intensiva e coletiva dos princípios doutrinários de maneira correta e fiel. Se o homem espírita de hoje não compreender isso e dormir sobre os louros literários, a Civilização Espírita abortará ou será transformada numa simples caricatura da fórmula proposta, como aconteceu com o Cristianismo. É disto que os espíritas precisam tomar consciência com urgência. Ou acordam para a gravidade do problema ou serão esmagados pelo avanço irrefreável dos acontecimentos no tempo.

A idéia comodista de que Deus faz e nós desfrutamos ou suportamos não tem lugar no Espiritismo. Pelo contrário, neste se sabe que o fazer de Deus no mundo humano se realiza através dos homens capazes de captar a sua vontade e executá-la. Não há milagres nem ações mágicas na Natureza, onde a vontade de Deus se cumpre através dos Espíritos, desde o controle das formações atômicas até o crescimento dos vegetais. Dizia Talles de Mileto, o filósofo vidente, que o mundo está cheio de deuses que trabalham em toda a Natureza, e deuses, para os gregos, eram espíritos. Kardec repetiu em outros termos e de maneira mais explícita e minuciosa essa mesma verdade. No mundo humano os Espíritos se encarnam, fazem-se homens para modelá-lo. Cada espírito encarnado trás consigo sua tarefa e a sua responsabilidade individual e intransferível. O que não cumpre o seu dever, fracassa. Não há outra alternativa. O fracasso da maioria dos cristãos resultou na falência quase total do Cristianismo. O que se salvou foi o pouco que alguns fizeram. E a partir desse pouco, dois mil anos depois da pregação do Cristo e do seu exemplo de abnegação total, foi que Kardec partiu para a arrancada espírita. O exemplo da França é uma advertência aos brasileiros. A hipnose materialista absorveu os franceses no imediato e o Espiritismo quase se apagou de todo nos campos arroteados por Kardec, Denis, Flammarion, Delanne e tantos outros. A intensa e comovente batalha de Léon Denis, na França e em toda a Europa, nos congressos espíritas e espiritualistas de fins do século XIX e primeiro quarto do nosso século foi contra as infiltrações de doutrinas estranhas, de espiritualismos rebarbativos, no meio espírita. Foi gigantesco o esforço do famoso Druida da Lorena, como Conan Doyle o chamava, para mostrar que o Espiritismo era uma nova concepção do homem e da vida, que não se podia confundir com as escolas espiritualistas ancestrais, carregadas de superstições e princípios individualmente afirmados ou provindos de tradições longínquas, sem nenhuma base de critério científico. O mesmo acontece hoje entre nós, sob a complacência de instituições representativas da doutrina e o apoio fanático de lideres carismáticos, piegos espirituais e alucinados mentais a dirigir multidões de cegos.

Todas as tentativas de correção dessa situação perigosa se chocam com a frieza irresponsável dos que se dizem responsáveis pelo desenvolvimento doutrinário. E a passividade da mas­sa espírita, anestesiada pelo sonho da salvação pessoal, do valor mágico da tolerância bastarda, da crença ingênua do valor sobrenatural das esmolas pífias (o óbolo da viúva dado por casais de contas comuns nos bancos), vai minando em silêncio o legado de Kardec. O medo do pecado que saí da boca, da pena ou das teclas — enquanto se come e bebe à farta, semeiam-se migalhas aos pobres e dorme-se na bem-aventurança das longas digestões — faz desaparecer do meio espírita o diálogo do passado recente, substituindo o coro dos debates pelo silêncio místico das bocas-de-siri. Ninguém fala para não pecar e peca por não falar, por não espantar pelo menos com um grito as aves daninhas e agoureiras que destroem a seara.

A imprensa espírita, que devia ser uma labareda, é um foco de infestação, semeando as mistificações de Roustaing, Ramatis e outras, ou chovendo no molhado com a repetição cansativa de velhos e surrados slogans, enquanto as terras secas se esterilizam abandonadas. O óbolo da viúva não cai nos cofres do Templo, mas nos desvãos do chão rachado pela secura maior dos corações, como lembrou Constâncio Vigil.

À margem dessa imprensa paroquial, feita para alimentar a família, os jornais que surgem em condições de mostrar ao grande público a grandeza e o esplendor da Doutrina morrem de inanição, enquanto jornais mistificadores, preparados com os condimentos da imprensa sensacionalista e louvaminheira, ou temperados com bocas-de-siri (quanto mais fechadas, mais gostosas) são mantidos pela renda de instituições comerciais ou por interesses marginais.

As escolas espíritas marcam passo na estrada comum. Os programas de rádio são sufocados por adulteradores e substituí­dos por improvisações acomodatícias. A televisão só se abre para sensacionalismos deturpadores. Os recursos financeiros se são empregados na caderneta de poupança da caridade visível, que no invisível rende juros e correções monetárias. As iniciativas editoriais corajosas morrem asfixiadas pelo encalhe, ante o desinteresse de um público apático. Os hospitais Espíritas trans­formam-se em organizações comuns, mantidos pelas verbas oficiais de socorro a doentes que podem carreá-las aos seus cofres, a antiga e legítima caridade espírita de anos atrás, sustentada por alguns abnegados que já passaram para o Além, murcha como flor de guanxuma em pastos ressequidos. Restam apenas, nessa paisagem desoladora, alguns pequenos oásis sustentados pelos últimos e pobres abencerragens (*) de uma velha estirpe desaparecida.

É necessário que se diga tudo isso, que se escreva e semeie essa verdade dolorosa, para que toque os corações, na esperança de uma reação que talvez não se verifique, mas que pelo menos se tenta despertar. Na hora decisiva da colheita, as geadas da indiferença e as parasitas do comodismo ameaçam as mínimas esperanças de antigos e cansados lavradores. Apesar disso, os que ainda resistem não podem abandonar os seus postos. É necessário lutar, pois o pouco que se possa salvar poderá ser a garantia de melhores dias. O homem, as gerações humanas morrem no tempo, mas o espírito, não. O tempo é o campo de batalha em que os vencidos tombam para ressuscitar. Quem poderia deter a evolução do espírito no tempo? A consciência humana amadure­ce na temporalidade. A esperança espírita não repousa na fragilidade humana, mas nas potencialidades do espírito, que se atualizam no fogo das experiências existenciais. Curta é a vida, longo é o tempo, e a Verdade intemporal aguarda a todos no impassível Limiar do Eterno. O homem é incoerência e paixão, labareda esquiva que se apaga nas cinzas, mas o espírito é a centelha oculta que nunca se apaga e reacenderá a chama quantas vezes for necessário, para que a serenidade, a coerência e o amor o resgatem na duração dos séculos e dos milênios.

Todas as Civilizações da Terra se desenvolveram, numa assombrosa sucessão de sombra e luz, para que um dia — o Dia do Senhor, de que falavam os antigos hebreus — a Civilização do Espírito se instale no planeta martirizado pelas tropelias da insensatez humana. Então teremos o Novo Céu e a Nova Terra da profecia milenar. Os que não se tornarem dignos da promessa continuarão a esperar e a amadurecer nas estufas dos mundos inferiores, purgando os resíduos da animalidade. Essa é a lei inviolável da Antropologia Espírita.

(*) Indivíduos que se mostram de extrema dedicação a uma causa; são os derradeiros paladinos de uma idéia.

O Espírito e o Tempo. 7. ed. Sobradinho: Edicel, 1995.
4.ª Parte. III — Antropologia Espírita.
5. CULTURA ESPÍRITA.