Por Riviane Damásio
Miguel sentía que aquel día sería diferente. Siempre que los días pasaban sin que llegasen nuevos mensaje el se sentía así… En la noche anterior, hizo una linda oración, pidiendo a Dios que Tertuliano se comunicase nuevamente si fuese de su merecimiento. En aquellos días difíciles, sus palabras eran bálsamos aplacando la salud desesperadora. Ando deprisa por la calle sinuosa, procurando protegerse en la sombra de viejas arboles que se que se enfilaban en las sencillas calles. Los mensajes eran recibidos por Bernardo, que bondadosamente recibía en la Varanda de la casa sencilla.
Esta vez, Tertuliano fue más didáctico al describir su nuevo mundo.
Daba detalles rellenos de poesía sobre sus impresiones desde su llegada hasta aquel momento. Los ojos de Miguel se llenaban de lágrimas mientras Bernardo le transmitía las palabras pesarosas. Tertuliano conto su miedo a la llegada, de los amigos que partieron antes de el y le recibieron y sirvieron de guía para enfrentar su nueva realidad. Según Tertuliano, el lugar era parecido con su tierra, más de una manera diferente. Muchas flores bien cuidadas cercaban los jardines de las casas que no tenían muros ni candados. Ni señal de violencia que fuera la causante de su partida inesperada. Hablo también que el anochecer allá era diferente, que el sol demoraba en irse… Y la comida… ¡Ah! No tenía todos los especias con las cuales estaban acostumbrados, más el resultado era divino ¡Según los amigos, mucho trabajo le esperaba, y las recompensas ciertamente vendrían después de las arduas tareas que le aguardaban. Contó también de las leyes regidas del lugar, lo que le había sorprendido… Contó aun de los nuevos amigos que vieron en diferentes lugares reunidos por el destino común que hacían juntos, reuniones de alegría, oraciones y recuerdos de los familiares.
Cuando Tertuliano partió, Miguel temió no tener nunca más noticias del hijo. Infelizmente, desgraciado por la suerte, nunca pudo aprender a leer y a escribir y aquella nota escrita por Tertuliano en una bolsa de palomitas no tenía sentido alguno si no fuera por Bernardo – ex – presidiario que estaba terminando la enseñanza media en la escuela donde Miguel hacia 20 años vendía sus palomitas de maíz religiosamente en la hora de recreo – que se ofreció para intermediar el contacto entre el y su hijo que se había ido para el extranjero, en busca de una vida mejor, después un asalto le quito lo único que poseía: Su taxi. Aquel nombre en el papel, según Bernardo, se llamaba email, y funcionaba como un puente donde padre e hijo se podrían comunicar.
Miguel salió de la casa amarilla, cerró la puerta oxidada tras de el sonriendo, pensó en el futuro que le aguardaba al lado de Tertuliano, según el hijo le prometiera.
Pasó por una plaza, se sentó en un banco, hizo una oración silenciosa y agradeció a Dios por haber colocado a Bernardo en su camino. A su lado un libro olvidado por alguien estaba abierto en una página que decía lo siguiente:
“573. ¿En qué consiste la misión de los Espíritus encarnados?
-Instruir a los hombres, ayudarlos a avanzar, mejorar sus instituciones s por medios directos materiales. Más las misiones son más o menos generales e importantes. Aquel que cultiva la tierra cumple una misión, como aquel que gobierna o aquel que instruye. Todo se encadena en la Naturaleza; al mismo tiempo que el Espíritu se depura por la encarnación, también concurre por esa forma para el cumplimiento de los designios de la Providencia. Cada uno tiene su misión en este mundo, porque cada uno puede ser útil en algún sentido”.
Más Miguel no leyó. Se levanto levemente y siguió su camino, ignorando el libro, desproveído como estaba de la capacidad de leer, más su corazón sintió la fuerza de los Espíritus de la Tierra.
Más Miguel no leyó. Se levanto levemente y siguió su camino, ignorando el libro, desproveído como estaba de la capacidad de leer, más su corazón sintió la fuerza de los Espíritus de la Tierra.
Tradução: Mercedes Cruz
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