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quinta-feira, 14 de junho de 2012

Razão e Emoção


Por Reinaldo Di Lucia

Freqüentemente, alguns pensadores espíritas, em sua grande maioria pertencentes à ala progressista da doutrina espírita (isto é, a que vê o espiritismo como uma doutrina dinâmica e em constante evolução), são acusados de serem excessivamente racionais, o que os tornaria, na opinião de seus críticos, frios e impessoais, chegando ao ponto de abolir a emoção que deve existir no espiritismo. Alguns chegam a dizer que lhes falta amor, para daí cair no velho chavão de que as discussões no movimento espírita não devem ocorrer, por serem decorrentes da falta de fraternidade.

A maioria destes críticos têm esta opinião porque, devido a uma falta de vontade de superar suas próprias deficiências, não se propõem a um estudo sério da doutrina espírita. Baseados somente n’O evangelho segundo o espiritismo e em meia dúzia de livros mediúnicos, arrogam-se de profundos conhecedores da " doutrina dos espíritos ", negando a importância do estudo contínuo. São os principais detratores do espiritismo, pois passam aos não espíritas a imagem de uma doutrina estratificada, engessada em conceitos arcaicos e irracionais.

Entretanto, nem todos os críticos pertencem a esta categoria. Há os que assim falam por uma séria preocupação com o intelectualismo excessivo, muitas vezes estéril, que grassa em oradores pelo Brasil afora. Apesar de colocarem numa mesma categoria pensadores e charlatães do pensamento, não se furtam à discussão. É a estes que endereço este artigo.

Dizer que o espiritismo, sendo uma filosofia, deve necessariamente basear-se na indagação racional do mundo é redundante. Os críticos a quem me dirijo não se dispõem a abdicar da capacidade de raciocinar livremente. Contudo, há em seu discurso uma confusão conceitual. Colocam a razão e a emoção como conceitos mutuamente exclusivos, impossibilitados de conviver paralelamente, num mesmo espaço.

Mas estas duas idéias têm objetivos distintos: quando se trata de buscar o conhecimento teórico, o entendimento da composição e do funcionamento do Universo, a razão é o instrumento adequado. É através dela que o homem desvenda a verdade universal, ainda encoberta pelo véu da ignorância.

À emoção fica reservado o papel de instrumento da necessária vivência por que o ser deve passar para efetivamente introjetar os conceitos éticos que regem o espírito imortal. Sem essa vivência, o espírito não consegue demonstrar a si mesmo que adquiriu o entendimento básico da lei natural, que lhe permite seguir em seu caminho infinito de evolução.

A missão do espiritismo é a de mostrar aos homens uma nova realidade universal, a da imortalidade da individualidade pensante, e, a partir daí, deduzir uma ética que se coadune perfeitamente com esta nova forma de ver o Universo. Eis porque Kardec disse, na terminologia de sua época, que a evolução do espírito é intelecto-moral.

O binômio razão – emoção é uma realidade inconteste. Não se pode efetivar a evolução do espírito despindo-se de uma ou de outra. A despeito do que dizem os críticos, aqueles que realmente pensam o espiritismo não abrem mão de nenhuma delas. Usam-nas corretamente, cada uma em seu próprio espaço, em direção ao infinito.

Publicado na Espirit Net em Abril de 2001

domingo, 19 de fevereiro de 2012

¿Qué Hiciste En La Vida?


Por Léon Denis

Clique aqui para a versão em português.

Mire los pájaros de nuestro país durante los meses de invierno, cuando el cielo está sombrío, cuando la tierra está cubierta con un blanco manto de nieve, agarrados unos a los otros, en el borde de un tejado, ellos se acarician mutuamente, en silencio. La necesidad los une. Con todo, en los bellos días, con el sol resplandeciente y la provisión abundante, ellos pián cuanto pueden, se persiguen, se baten, se machucan. Así es el hombre. Dócil y afectuoso para con sus semejantes en los días de tristeza, con la posesión de los bienes materiales  muchas veces se torna olvidadizo e insensible.

Una condición modesta hace más bien al espíritu deseoso de progresar, de adquirir las virtudes necesarias para su progreso moral. Lejos del torbellino de los placeres  fugaces, el juzgará mejor la vida, dará  a la materia lo que es necesario para la conservación de sus órganos, sin embargo  evitará caer en hábitos perniciosos, se torna presa de innumerables necesidades ficticias  que son el flagelo de la humanidad. El será sobrio y laborioso, contentándose con poco, apegándose a los placeres de la inteligencia y a las alegrías del corazón.

Fortificado así contra los asaltos de la materia, el sabio, bajo la pura luz de la Razón, verá resplandecer su destino. Esclarecido en cuanto al objetivo de la vida  y al porque de las cosas, quedará firme y resignado ante el dolor, que aprovechará para su depuración y su progreso.

Enfrentará la prueba con coraje, sabiendo que ella es saludable, que ella es el choque que rasga nuestras almas  y que solo por este rasgón se derrama todo cuanto de hiel  y amargura hay en nosotros.

Y si los hombres se ríen de él, si él es víctima de la intriga y de la injusticia, el aprenderá a soportar pacientemente sus males, alzando su mirada para vosotros; ¡oh! Nuestros hermanos más viejos, para Sócrates bebiendo la cicuta, para >Jesús crucificado y para Joanna en la hoguera. Habrá consolación en el pensamiento que los mayores, los más virtuosos y los más dignos sufrieron y murieron por la humanidad.

Después de una existencia bien completada, llegará la hora solemne  y es con calma, sin disgusto que verá la muerte, la muerte que los hombres rodean con un siniestro aparato, la muerte, espantajo de los poderosos y de los sensuales y que, para el pensador austero, es la liberación, la hora de la transformación, la puerta que se abre para el imperio luminoso de los espíritus. 

Ese pórtico de las regiones extraterrestres será penetrado con serenidad  si la conciencia, separada de la sombra de la materia, se yergue como un juez, representante de Dios, preguntando:  “¿Qué hiciste de la vida?” y el responde: “Luche,  sufrí, ame! Enseñé el Bien, la Verdad y la Justicia; di a mis hermanos  el ejemplo de lo correcto y de la dulzura; alivié  los dolores de los que sufren y consolé a los que lloran. Ahora, que el Eterno me juzgue, pues estoy en sus manos!”

Hombre, mi hermano, ten fe en tu destino, porque el es grande. Confía en las amplias perspectivas porque el pone en tu pensamiento la energía necesaria para enfrentar los vientos  y las tempestades del mundo. Camina, valiente luchador, sube la cuesta que conduce a esas cimas que se llaman Virtud, Deber y Sacrificio. No pares en el camino para coger las florecillas del campo, para brincar con los guijarros dorados. Para el frente, siempre hacia adelante.

Mira en los esplendidos cielos esos astros brillantes, esos soles incontables que cargan en su evolución prodigiosa, brillantes cortejos de planetas. Cuantos siglos acumulados fueron precisos para formarlos y cuantos siglos serán precisos  para disolverlos.

Pues bien, llegará un día en que todos esos soles serán extinguidos, o esos mundos gigantescos desaparecerán para dar lugar  a nuevos globos y a otras familias de astros emergiendo de las profundidades. Nada de lo que ves hoy existirá. El viento de los espacios habrá barrido para siempre el polvo de esos mundos, sin embargo tú vivirás siempre, prosiguiendo tu marcha  eterna en el seno de una creación renovada incesantemente. ¿Que será entonces, para tu alma depurada  y engrandecida, las sombras y lo cuidados del presente? Accidentes fugaces de nuestro caminar que solo dejaran, en el fondo de nuestra memoria, recuerdos tristes y dulces.

Ante los horizontes infinitos de la inmortalidad, los males del pasado y las pruebas sufridas serán  cual nube pasajera en medio de un cielo sereno.

Considera, por tanto, en su justo valor, las cosas de la Tierra. No las desdeñes porque, sin duda, ellas son necesarias  para tu progreso, y tu misión es contribuir para su perfeccionamiento, mejorándote a ti mismo, más que tu alma no se agarre  exclusivamente  a ellas y que busques, ante todo, las enseñanzas en ellas contenidas.

Gracias a ellas comprenderás que el objetivo de la vida no es el gozo, ni la felicidad, sin embargo si es el desenvolvimiento por medio del trabajo, del estudio y del cumplimiento del deber, de esa alma, de esa personalidad que encontrarás en el más allá  del túmulo, tal como la hayas hecho, tú mismo, en el curso de esa existencia terrestre. 

Fonte: Livro "O Progresso".

terça-feira, 24 de janeiro de 2012

Que Fizeste na Vida

Por Léon Denis

Olhai os pássaros de nosso país durante os meses de inverno, quando o céu está sombrio, quando a terra está coberta com um branco manto de neve, agarrados uns aos outros, na borda de um telhado, eles se aquecem mutuamente, em silêncio. A necessidade os une. Contudo, nos belos dias, com o sol resplandecendo e a provisão abundante, eles piam quanto podem, perseguem-se, batem-se e se machucam. Assim é o homem. Dócil, afetuoso para com seus semelhantes nos dias de tristeza, a posse dos bens materiais muitas vezes o torna esquecido e insensível.

Uma condição modesta faz mais bem ao espírito desejoso de progredir, de adquirir as virtudes necessárias para seu progresso moral. Longe do turbilhão dos prazeres fugazes, ele julgará melhor a vida, dará à matéria o que é necessário para a conservação de seus órgãos, porém evitará cair em hábitos perniciosos, tornar-se presa das inúmeras necessidades factícias que são o flagelo da humanidade. Ele será sóbrio e laborioso, contentando-se com pouco, apegando-se aos prazeres da inteligência e às alegrias do coração.

Fortificado assim contra os assaltos da matéria, o sábio, sob a pura luz da Razão, verá resplandecer seu destino. Esclarecido quanto ao objetivo da vida e ao porquê das coisas, ficará firme e resignado diante da dor, que ele aproveitará para sua depuração e seu progresso.

Enfrentará a provação com coragem, sabendo que ela é salutar, que ela é o choque que rasga nossas almas e que só por este rasgão se derrama tudo quanto de fel e de amargura há em nós.

E se os homens se riem dele, se ele é vítima da intriga e da injustiça, ele aprenderá a suportar pacientemente seus males, lançando seus olhares para vós; oh! nossos irmãos mais velhos, para Sócrates bebendo a cicuta, para Jesus crucificado e para Joana na fogueira. Haverá consolação no pensamento que os maiores, os mais virtuosos e os mais dignos sofreram e morreram pela humanidade.

Após uma existência bem preenchida, chegará a hora solene e é com calma, sem desgostos que virá a morte, a morte que os homens cercam com um sinistro aparato, a morte, espantalho dos poderosos e dos sensuais e que, para o pensador austero, é a libertação, a hora da transformação, a porta que se abre para o império luminoso dos espíritos.

Esse pórtico das regiões extraterrestres será penetrado com serenidade se a consciência, separada da sombra da matéria, erguer-se como um juiz, representante de Deus, perguntando: “Que fizeste da vida?” e ele responder: “Lutei, sofri, amei! Ensinei o Bem, a Verdade e a Justiça; dei a meus irmãos o exemplo do correto e da doçura; aliviei as dores dos que sofrem e consolei os que choram. Agora, que o Eterno me julgue, pois estou em suas mãos!”

Homem, meu irmão, tem fé em teu destino, porque ele é grande. Confia nas amplas perspectivas porque ele põe em teu pensamento a energia necessária para enfrentar os ventos e as tempestades do mundo. Caminha, valente lutador, sobe a encosta que conduz a esses cimos que se chamam Virtude, Dever e Sacrifício. Não pares no caminho para colher as florezinhas do campo, para brincar com os calhaus dourados. Para frente, sempre adiante.

Olha nos esplêndidos céus esses astros brilhantes, esses sóis incontáveis que carregam em suas evoluções prodigiosas, brilhantes cortejos de planetas. Quantos séculos acumulados foram precisos para formá-los e quantos séculos serão precisos para dissolvê-los.

Pois bem, chegará um dia em que todos esses sóis serão extintos, ou esses mundos gigantescos desaparecerão para dar lugar a novos globos e a outras famílias de astros emergindo das profundezas. Nada o que vês hoje existirá. O vento dos espaços terá varrido para sempre a poeira desses mundos, porém tu viverás sempre, prosseguindo tua marcha eterna no seio de uma criação renovada incessantemente. Que serão então, para tua alma depurada e engrandecida, as sombras e os cuidados do presente? Acidentes fugazes de nossa caminhada que só deixarão, no fundo de nossa memória, lembranças tristes e doces.

Diante dos horizontes infinitos da imortalidade, os males do passado e as provas sofridas serão qual uma nuvem fugidia no meio de um céu sereno.

Considera, portanto, no seu justo valor, as coisas da Terra. Não as desdenhes porque, sem dúvida, elas são necessárias ao teu progresso, e tua obra é contribuir para o seu aperfeiçoamento, melhorando a ti mesmo, mas que tua alma não se agarre exclusivamente a eles e que busque, antes de tudo, os ensinamentos nelas contidos.

Graças a eles compreenderás que o objetivo da vida não é o gozo, nem a felicidade, porém o desenvolvimento por meio do trabalho, do estudo e do cumprimento do dever, dessa alma, dessa personalidade que encontrarás além do túmulo, tal como a tenhas feito, tu mesmo, no curso dessa existência terrestre.

Fonte: Livro "O Progresso".

terça-feira, 15 de dezembro de 2009

O Espiritismo perante a Razão

Por José Soares de Almeida

Para se acreditar na Doutrina Espírita poder-se-ia dispensar a série de manifestações, tais como mesas girantes e falantes, levitações, aparições de entes queridos ou amigos desencarnados, escrita psicografada e outros fenômenos, embora elas se tornem necessárias para desfazer as dúvidas de certas pessoas que, como São Tomé, precisam “ver para crer”.

A própria existência do ser humano, a maravilhosa estrutura do seu organismo, o poder ilimitado da sua mente e outros dons, bem compreendidos e analisados, bastariam, só por si, para induzir o homem a meditar sobre a continuidade da vida após a morte, baseado na certeza de que Deus nada fez de inútil e sem uma finalidade, e que a morte não é a destruição total do homem, mas, apenas, uma fase de transição na sua longa trajetória evolutiva.

Comecemos a pensar no nosso corpo físico, na maravilha que ele é, com os seus inúmeros órgãos, tecidos, músculos, nervos, glândulas, válvulas e outras partes, todas elas funcionando ritmicamente, em perfeita harmonia, cada uma delas exercendo a sua função e cumprindo a sua tarefa, algumas delas extremamente importantes e delicadas e, o mais estranho de tudo, sem ninguém as dirigindo, como se fossem uma grande orquestra que tocasse esplêndidas sinfonias durante décadas e décadas, sem intervalo e sem maestro.

Acrescente-se a tudo isso que todas essas partes do corpo são periodicamente substituídas, sem contudo perderem a harmonia e a unidade, e sem que a pessoa - o dono do corpo - tenha a mínima consciência dessa renovação orgânica, pois a sua individualidade mantém-se inalterável, do que se conclui que o ser real está na alma da pessoa e não no seu corpo material.

Além desse trabalho extraordinário e silencioso do nosso organismo, a que, geralmente, não prestamos a mínima atenção, temos várias outras faculdades que independem das funções físico-químicas do corpo, como o pensamento, o raciocínio, a vontade, a noção do bem e do mal, as emoções, o amor, o ódio e outros sentimentos que nenhum órgão físico tem a capacidade de produzir, mas que fazem parte do ser vivente. São características da natureza espiritual do homem.

Nota-se também que, não obstante todos os seres humanos apresentarem idêntica estrutura anatômica, não há dois deles com a mesma individualidade.

Essa diferença é marcada pela formação espiritual de cada um - formação essa que dá ao ser a noção da sua existência individual, a consciência do EU.

Conclui-se, portanto, que o homem é a fusão de duas naturezas: a material e a espiritual, o corpo e a alma. Quando chega a morte, o indivíduo deixa de viver neste mundo, podendo-se dizer que a morte é o limite da vida material após o que se reinicia a vida no mundo espiritual. O que se perde é o corpo carnal e não o espírito individual. Essa é uma dedução lógica e racional.

É do conhecimento geral, com exceção de alguns materialistas obstinados, que a alma sobrevive à morte física, crença essa que é não só universal, mas também tão antiga quanto o homem. O grande mistério, que a Ciência Espírita veio elucidar, estava em saber o que acontecia ao Espírito e qual o seu destino depois da desencarnação.

Uma vez admitida a sobrevivência da alma, embora em outra dimensão, em forma etérea, pergunta-se: pode ela entrar em contato com os seres vivos?

Reconhecerá ela as pessoas que lhe foram queridas durante a vida terrestre? É natural que as perguntas continuem. O fato, porém, que não se deve esquecer e que a razão impõe, é que a individualidade da pessoa não morre com o corpo físico. É como uma fruta, uma manga, por exemplo, de que se remove a casca, mas, mesmo assim, continua sendo manga, sem perder o seu sabor. O nosso corpo que morre é apenas a casca que se inutiliza, perde-se o invólucro que reveste o ser real, mas este permanece intacto.

A verdade da nossa sobrevivência é que a vida continua com as suas características individuais, embora em forma etérea, invisível e intangível, podendo-se mesmo dizer que a alma de algum ente querido esteja, neste momento, ao nosso lado, ajudando-nos nas dificuldades, protegendo-nos contra os perigos, velando por nós.

De acordo com a lógica, se a morte fosse o fim de tudo, por que Deus, em sua suprema inteligência, teria permitido a existência do ser humano, com um organismo tão complexo e maravilhoso? Será para fazer dele um simples brinquedo que, depois de quebrado, se joga fora? Isto seria contrário à sabedoria divina. O Espiritismo esclarece esse mistério. Ele nos dá uma noção mais clara e ampla do ser humano, da sua existência aquém e além da morte corporal, do Espírito que o anima e do seu destino. Pode-se dizer que o Espiritismo desvendou o segredo da tumba: ele venceu o silêncio da morte.

A Doutrina Espírita trouxe até nós os Espíritos desencarnados, mostrou-nos a realidade do mundo invisível, estabeleceu contato entre o nosso mundo e o outro além da fronteira da morte, e confirmou, mediante provas visíveis e racionais, a imortalidade da alma.

Pelo Espiritismo conhecemos a causa de certos fenômenos, normalmente inexplicáveis, sem termos de recorrer ao “misterioso” e ao “sobrenatural”, porque no Universo não há mistério, tudo tem a sua causa, sendo que os mistérios são criados pela nossa deficiente e limitada capacidade perceptiva; quanto ao “sobrenatural”, temos que nos convencer de que nada existe fora das leis da Natureza, que Deus estabeleceu eternas e imutáveis.

Existem, de fato, certos casos que ultrapassam a nossa compreensão e que, portanto, consideramos “milagrosos” ou fraudulentos, mas que à luz do Espiritismo estão dentro das possibilidades espirituais.

Há no mundo invisível Espíritos altamente evoluídos que, de quando em quando, são enviados a este mundo como líderes espirituais, homens que se distinguem pela sua santidade, para alertar a Humanidade e iluminar o caminho da redenção. Outras vezes, algum Espírito de grau elevado recebe uma missão divina e reencarna, a fim de espalhar o bem, o amor e a caridade, obrando maravilhas, ajudando os infelizes, curando os doentes.

Podemos, portanto, concluir que o que chamamos de morte é apenas um fato natural, mas que se torna inconsolável para os que não querem ver, mesmo à luz da razão, o que está além da matéria densa e grosseira que forma o nosso mundo visível. Para esses, é difícil compreender o mundo dos Espíritos, onde a vida individual continua. Sobre o assunto, Kardec explica: “ Diz-se muitas vezes ao falar da vida futura que não se sabe o que nela acontece, pois ninguém de lá volta. É um erro. São precisamente aqueles que lá se encontram que vêm nos instruir, e Deus o permite hoje mais do que em nenhuma outra época, como última advertência à incredulidade e ao materialismo”.

O que o Espiritismo ensina não está baseado em superstições nem em probabilidade, mas, em comunicações autênticas e concretas dos que habitam o outro mundo, tão verídico como o nosso, embora em outra dimensão. Esta é a realidade que se nos impõe quando examinamos os fatos à luz reveladora da razão, de uma razão livre de dogmas e preconceitos.

Fonte: Revista Reformador – Set/1998