quarta-feira, 21 de dezembro de 2011

Competiciones

Por Octavio Caúmo Serrano

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El mal del mundo son las disputas. Para que alguien venza siempre hay otro, o muchosotros, que pierden. Eso significa que la alegría y la risa de alguien son siempre conquistadas a costa de la tristeza y del lloro de los demás. No somos educados para competir, más si para ganar.

Aunque las competiciones puedan parecer un estimulo para que el hombre venza y se superecada vez más, lo ideal sería  que elluchase  contra sí mismo, combatiendo tenazmente sus defectos, principalmente en el sentido  de ser más humano, más fraterno, más tolerante y mirase al semejante como a alguien igual a el mismo, con los mismos sentimientos, con las mismas necesidades y con los mismos deseos de ser feliz.

Más allá deeso, generalmente, el vencedor tripudia sobre el perdedor, como si no le bastase el hecho de haber  vencido. Vean lo que acontecen un campo de futbol. Si fuera simplemente un exceso de alegría hasta podríamos comprenderlo,más se establece una rivalidad tal que llega a la agresión física, muchasveces, con graves consecuencias.

Cuando llevamos la competición para el campo religioso,  ahí queda incomprensible. La pretensión de ciertas iglesias  de tener el monopolio de la salvación es algo que no podemos aceptar en si tratando de analizar aDios, el Padre de extrema misericordia, que juzga a sus hijos apenas por losactos y no por los rótulos religiosos de sectas creadas por los hombres parasus propios intereses.

Por eso es que el Evangelio de Cristo, que nada más es que una orientación y explicación de la Ley mayor, es blanco de tantas interpretaciones. Ya se dice popularmente que cada uno lee el evangelio en el versículo que le conviene, dando interpretación conforme sus conveniencias.

Si fuera tansencillo  de llegar al llamado Reino delos Cielos por simplemente desearlo una doctrina, sea la que sea, y el problema de los dolores en la Tierra seria resuelto. Todos  nos convertiríamos a tal iglesia milagros y seriamos salvados. Aunque fuera necesario dar el diezmo. Al final la salvación tiene su precio. Lástima que el valor de la salvación no se paga con dinero sino con hechos. A favor del prójimo y de nosotros mismos. Caridad  con todos sin despreciar la auto caridad.Quien no se ama no puede amar a su prójimo.

Esto todo acontece porque somos espíritus atrasados, habitantes de un planeta de pruebas y expiaciones. Mientras perdure ese estado de cosas, es inútil esperar  tener paz en la Tierra. La paz solo existirá cuando pensemos más en los otros  que en nosotros. ¿Utopía?  ¿Fantasía? No. Única alternativa para conquistar la felicidad.

Si queremos entender porque eso acontece es fácil. Porque ese tipo de acción  nos deja la conciencia tranquila.Mientras  dañemos a alguien, no seremos plenamente felices; mientras que nos omitiéramos ante el dolor del semejante no curaremos nuestros propios dolores.

Jesús ya nos enseñó ese mecanismo con mucha claridad. Mientras tanto, continuamos incapaces de entender. ¡Qué pena!... ¡El prejuicio es solamente nuestro  y la Tierra continuará  siendo ese valle de lagrimas!

Estos tiempos de fiesta son un bello periodo para la meditación y análisis de nuestras vidas y ver lo que debemos cambiar en nosotros para apresurar nuestra evolución en dirección a la espiritualidad y así volver para casa en mejores condiciones de lo que aquí llegamos.

Día a Día del jornal El Clarín dediciembre del 2011

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