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quinta-feira, 11 de agosto de 2011

El Acto Mediúmnico

Por José Herculano Pires

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El acto mediúmnico es el momento en que el espíritu comunicante y el médium se funden en unidad psico-afectiva de la comunicación. El Espíritu se aproxima al médium y lo envuelve en sus vibraciones espirituales. Esas vibraciones se irradian de su cuerpo espiritual alcanzando al cuerpo espiritual del médium. A ese toque vibratorio, semejante al de un blando choque eléctrico, responde el periespiritu del médium. Se realiza la fusión fluídica. Hay una simultánea alteración en el psiquismo de ambos. Cada uno asimila un poco del otro. Una percepción visual de ese momento al vidente que tiene la ventura de captarla. Las irradiaciones periespirituales proyectan sobre el rostro del médium la máscara transparente del espíritu. Se comprende entonces el sentido profundo de la palabra intermúndio. Allí están, fundidos y al mismo tiempo distintos, el semblante radiante del espíritu y el semblante humano del médium, iluminado por el suave flash de la realidad espiritual. Esa superposición de planos da a los videntes la impresión de que el espíritu comunicante se incorpora al médium. De ahí la errónea denominación de incorporación para las manifestaciones orales. Lo que se da no es una incorporación, más si una interpenetración psíquica, como la de la luz atravesando una ventana. Ligados los centros vitales de ambos, el espíritu se manifiesta emocionado, reintegrándose en las sensaciones de la vida terrena, sin sentir el peso de la carne. El médium, por su vez, experimenta la ligereza del espíritu, sin perder la conciencia de su naturaleza carnal, y habla al soplo del espíritu, Como un intérprete que no se toma el trabajo de traducción

El acto mediúmnico natural es ese momento de síntesis afectiva en el que los dos planos de la vida revelan el secreto de la muerte: apenas un despojarse de la pesada armadura material densa.

El acto mediúmnico normal es una segunda resurrección, que se verifica precisamente en el cuerpo espiritual que, según el Apóstol Pablo, es el cuerpo de la resurrección. El espíritu vuelve a la carne, no a la que dejó en el túmulo, más si a la que le ofrece el médium, en un gesto de amor, la oportunidad del retorno a los corazones que dejó en el mundo. La belleza del reencuentro de un hijo con la madre, que estrecha el médium en los brazos ansiosos y lo besa con toda efusión del deseo materno, compensa mucho a la impiedad de los que lo acusan de practicar brujerías. En los casos de materialización, nada más bello que Lombroso con su madre materializada a través de la mediúmnidad de Eusapia Paladino, en la sesión a la que fue llevado por el Prof. Chiaia, de Milao. Eusapia era una campesina analfabeta y mil veces calumniada. Lombroso, el fundador de la Antropología Criminal, se retrató en la revista Luce y Ombra en sus violentos artículos contra el Espiritismo, y declaró conmovido: “Ningún gigante del pensamiento y de la fuerza podría hacerme lo que me hace esta pequeña mujer analfabeta: ¡arrancar a mi madre del túmulo y devolverla a mis brazos! Federico Figner, introductor del fonógrafo en Brasil, llevo a su esposa desolada a Belem del Para, con la esperanza de un reencuentro con la niña Rachel, su hija, que habían perdido, lo que lo llevo casi a la locura, a el y a la esposa. Procuraron a la médium Ana Prado, también mujer del campo, y en una sesión con ella la niña apareció materializada, estimulando a los padres para que enfrentaran el caso con serenidad, pues ella estaba viva, y les hablaba y los besaba, y, se sentaba en sus regazos, probando que no había muerto. Figner, al volver para Río de Janeiro, se dedicó de allí en adelante al Espiritismo, con la llama de la fe encendida en su corazón y en el corazón de la esposa, más ahora con una fe inquebrantable, basado en la razón y los hechos.

Cuando el acto mediúmnico es perfecto y claro, iluminado por una mediúmnidad esclarecida y devotada al bien, no hay gigante – como en el caso de Lombroso – que no se curve reverente ante el misterio de la vida inmortal. El médium se torna el instrumento de la resurrección imposible, probando a los hombres que la muerte no es más que lapso en el intermúndio que separa a los vivos en la carne de los vivos en el espíritu. Se comprende entonces el fenómeno de la Resurrección de Jesús, que no fue el acto divino de un Dios, más el acto mediúmnico de un espíritu que dominaba, por el saber y la pureza, los misterios de la inmortalidad.

Cuando el acto mediúmnico no tiene la pureza y la belleza de una comunicación amorosa, tiene el calor de la solidaridad humana y es iluminada por la caridad cristiana. En una sesión común de socorro espiritual, los médiums sentados alrededor de la mesa, los adoctrinadores en su lugar, espíritus sufridores maliciosos y vengativos, bajo el control de los orientadores espirituales, son aproximados a los médiums que desean servirlos. El cuadro es bien diferente de los que presentamos antes. No hay belleza ni serenidad en los espíritus comunicantes, ni resplandor o transparencia en sus caras. Hay desespero, dolor, expresiones de rebeldía, o ímpetus de venganza. Los médiums se sienten inquietos, no es raro temerosos. La aproximación de los comunicantes es incómoda, desagradable. Las vibraciones periespirituales son ásperas y sombrías. El vidente se aturde con aquellas figuras pesadas y oscuras que trastornan la fisionomía de los médiums. Más, en la proporción en que los adoctrinadores encarnados dan el socorro de sus vibraciones y de sus argumentos fraternos a los necesitados, el cuadro se modifica con las luces vacilantes que se encienden en las mentes conturbadas. Los guías espirituales se manifiestan en socorro a los adoctrinadores y sus vibraciones calman la inquietud del ambiente. El trabajo es penoso. Recalcitrantes criaturas en el mal rechazan el comprender la realidad negativa en que se encuentran. Espíritus vencidos por los dolores de encarnaciones penosas se muestran rebeldes. Los que traen el corazón amargado por injusticias y traiciones exigen venganza y hacen amenazas terribles. Más la palabra fraterna, cargada de bondad y amos, iluminada por las citaciones evangélicas van poco a poco amortiguando las explosiones de odio. Algunas veces la autoridad del dirigente o de un espíritu elevado se hace sentir, para que los más rebeldes comprendan que están bajo poder persuasivo, más enérgico. Una persona que desconozca el problema dirá que se encuentra en una sala de hospicio sin control o asiste a un psicodrama de histéricos en desespero. Psicólogos sistemáticos se ríen con desprecio. El dirigente de los trabajos parece un laico con explosivos peligrosos. Fanáticos de sectas dogmaticas juzgan asistir a una escena de posesión diabólica. Más la sesión llega al fin con la tranquilización total del ambiente. Un espíritu amigo se comunica con palabras de agradecimiento. En silencio, todos oyen la oración final de gratitud a los espíritus bondadosos que ayudaron a socorrer a las sombras sufridoras. Es extraño que todos estén bien y satisfechos con el resultado de los trabajos. Las personas beneficiadas comentan sus mejoras. El ambiente es de paz, amor y satisfacción por el deber cumplido.

En una sesión de desobsesión para casos graves, con poco elementos, sin la asistencia números del socorro general, las comunicaciones son violentas los médiums sufren, gimen, gritan y lloran. El dirigente y los adoctrinadores permanecen tranquilos, aparentemente impasibles, y los adoctrinadores usan de palabras persuasivas, de actitudes benignas. Nada de amenazas y expresiones violentas, como en las prácticas anticuadas del exorcismo arcaico, viniendo de las profundidades de Egipto, de Mesopotamia, de Palestina. Nada de velas encendidas, de símbolos sacramentales, de expulsión de entidades diabólicas. La técnica es de persuasión, de esclarecimiento racional. Una niña de quince años llega cargada por sus padres. Hace una semana dormía en estado cataléptico. Las primeras tentativas de despertarla se agitan y se levanta furiosa, a gritos. Cuatro o cinco hombres no consiguen contenerla, parece estar dotada de una fuerza indomable. Más poco a poco se calma, llora bajito y vuelve a su estado natural de niña graciosa y frágil. Se retira de la reunión como si nada hubiese acontecido. Se despide alegre. Corre para la calle y sube al automóvil que la trajo como si volviese de un paseo. El acto mediúmnico fue violento, asustador. Más el resultado de la oración, de los pases, de las adoctrinaciones amorosas fue sorprendente. Pocos percibieron que, en aquel cuerpecito de niña las garras de la venganza estaban clavadas intentando rasgar la cortina piadosa que vela los odios del pasado.

En el acto mediúmnico la criatura humana recupera los tiempos olvidados y se revé en la tela de las experiencias muertas. Y una vez más la muerte le aparece como pura ilusión sensorial, pues todo cuanto había desaparecido en una cueva renace de repente en las aguas amargas de la prueba. La mediúmnidad funciona como un radar sensibilísimo volcado para los caminos perdidos. No siempre la tela de la memoria consigue reproducir las imágenes distantes, más en las profundidades del inconsciente asentamientos anti freudianos esperan catarsis piadosa de la comunicación absurda, en la que los diálogos de la caridad parecen brotar de terribles mal entendidos. Una mujer no entendía porque el espíritu comunicante la acusaba de atrocidades que jamás practicara y la llamaba Condesa. Alló que todo aquello no pasaba de una farsa o de un momento de locura. Más cuando, aconsejada por el adoctrinador, pidió perdón al espíritu atormentador y lloró sin querer y sin saber por qué motivo lo hacía, sintió profundo alivio y en los días siguientes sus males desaparecieron. Las lágrimas de una criatura que la amnesia tornó inocente pueden conmover un corazón embrutecido en su deseo de venganza. ¿Más quien hará el encuentro necesario para el ajuste de los viejos errores y crímenes, si el médium no se ofrece en la inmolación voluntaria de si mismo para apaciguar con la palabra del Maestro?

La responsabilidad espiritual del médium se refleja en el espejo de cada uno de sus actos de caridad mediúmnica. El mediunato no es una consagración ritual inventada por los hombres. Nace de las leyes naturales que rigen las conciencias en el fluir del tiempo, en el suceder de las generaciones y de las reencarnaciones. Un acto mediúmnico es el cumplimiento de un deber asumido ante el Tribunal de Dios instalado en la conciencia de cada uno. Cuando el médium se esquiva a ese cumplimiento engaña a sí mismo, pensando engañar a Dios. Su propia conciencia se incumbirá de condenarlo cuando suene la hora del veredicto inapelable. Nada justifica la fuga al uní compromiso forjado a costa del sacrificio ajeno. Las leyes morales de la conciencia tienen la misma inflexibilidad de las leyes materiales de la Naturaleza. Nuestra conciencia de relación capta apenas la realidad inmediata en la que nos encontramos. Más la conciencia profunda guarda el registro indeleble de todos los compromisos asumidos en el pasado y de todas las deudas morales que pensamos apagar en las aguas del Letes, el rio del olvido de las viejas mitologías. el río Letes se seco en las costas áridas del Olimpo, el cenáculo vacio de los antiguos dioses. Hoy solo tenemos un Dios, que no precisa vigilarnos desde lo alto de un monte ni dictarnos sus leyes para ser inscritas en tablas de piedras. Esas leyes están gravadas a fuego en nuestra propia carne. Nuestros actos determinan en el tiempo las situaciones en la que nos encontramos en cada existencia. Y el mediunato es el pasaporte que Dios nos concede para la liberación del pasado a través de un solo acto, el más bello y honroso de todos, que es el acto mediúmnico.

La responsabilidad mediúmnica no nos fue impuesta como castigo. Nosotros mismos la asumimos en la esperanza de la redención, que no vendrá del Cielo, más si de la Tierra, de la manera por la cual hiciéramos las travesías existenciales en el planeta, en un mar de lágrimas o por caminos floridos por las obras de sacrificio y abnegación que supiéramos sembrar. Tenemos el futuro en nuestras manos, el futuro inmediato del día a día y el futuro remoto que nos espera en las traslaciones de la Tierra alrededor del Sol. Llegamos así a la conclusión inevitable de que el presente pasa deprisa, más el pasado repunta en cada esquina del presente y del futuro

Fuente: Libro “Mediúmnidad”

Traducido por M. C. R

quarta-feira, 10 de agosto de 2011

O Ato Mediúnico

Por José Herculano Pires

O ato mediúnico é o momento em que o espírito comunicante e o médium se fundem na unidade psico-afetiva da comunicação. O espírito aproxima-se do médium e o envolve nas suas vibrações espirituais. Essas vibrações irradiam-se do seu corpo espiritual atingindo o corpo espiritual do médium. A esse toque vibratório, semelhante ao de um brando choque elétrico, reage o perispírito do médium. Realiza-se a fusão fluídica. Há uma simultânea alteração no psiquismo de ambos. Cada um assimila um pouco do outro. Uma percepção visual desse momento comove o vidente que tem a ventura de captá-la. As irradiações perispirituais projetam sobre o rosto do médium a máscara transparente do espírito. Compreende-se então o sentido profundo da palavra intermúndio. Ali estão, fundidos e ao mesmo tempo distintos, o semblante radioso do espírito e o semblante humano do médium, iluminado pelo suave clarão da realidade espiritual. Essa superposição de planos dá aos videntes a impressão de que o espírito comunicante se incorpora no médium. Daí a errônea denominação de incorporação para as manifestações orais. O que se dá não é uma incorporação, mas uma interpenetração psíquica, como a da luz atravessando uma vidraça. Ligados os centros vitais de ambos, o espírito se manifesta emocionado, reintegrando-se nas sensações da vida terrena, sem sentir o peso da carne. O médium, por sua vez, experimenta a leveza do espírito, sem perder a consciência de sua natureza carnal, e fala ao sopro do espírito, como um intérprete que não se dá ao trabalho da tradução.

O ato mediúnico natural é esse momento de síntese afetiva em que os dois planos da vida revelam o segredo da morte: apenas um desvestir do pesado escafandro da matéria densa.

O ato mediúnico normal é uma segunda ressurreição, que se verifica precisamente no corpo espiritual que, segundo o Apóstolo Paulo, é o corpo da ressurreição. O espírito volta à carne, não a que deixou no túmulo, mas a do médium que lhe oferece, num gesto de amor, a oportunidade do retorno aos corações que deixou no mundo. A beleza do reencontro de um filho com a mãe, que estreita o médium nos braços ansiosos e o beija com toda a efusão da saudade materna, compensa de muito a impiedade dos que o acusam de praticar bruxarias. Nos casos de materialização, nada mais belo que Lombroso com sua mãe materializada através da mediunidade de Eusápia Paladino, na sessão a que fora levado pelo Prof. Chiaia, de Milão. Eusápia era uma camponesa analfabeta e mil vezes caluniada. Lombroso, o fundador da Antropologia Criminal, retratou-se na revista Luce e Ombra de seus violentos artigos contra o Espiritismo, e declarou comovido: "Nenhum gigante do pensamento e da força poderia me fazer o que me fez esta pequena mulher analfabeta: arrancar minha mãe do túmulo e devolvê-la aos meus braços!". Frederico Fígner, introdutor do fonógrafo no Brasil, levou sua esposa desolada a Belém do Pará, na esperança de um reencontro com a menina Rachel, sua filha, que haviam perdido, o que quase os levara à loucura, a ele e à esposa. Procuraram a médium Ana Prado, também mulher do campo, e numa sessão com ela a menina apareceu materializada, estimulando os pais a enfrentarem o caso com serenidade, pois ali estava viva, e falava e os beijava, e, sentava-se em seus colos, provando que não morrera. Fígner, ao voltar para o Rio de Janeiro, dedicou-se dali por diante ao Espiritismo, com a chama da fé acesa em seu coração e no coração da esposa, mas agora uma fé inabalável, assentada na razão e nos fatos.

Quando o ato mediúnico é assim perfeito e claro, iluminado por uma mediunidade esclarecida e devotada ao bem, não há gigante — como no caso de Lombroso — que não se curve reverente ante o mistério da vida imortal. O médium se torna o instrumento da ressurreição impossível, provando aos homens que a morte não é mais do que lapso no intermúndio que separa os vivos na carne dos vivos no espírito. Compreende-se então o fenômeno da Ressurreição de Jesus, que não foi o ato divino de um Deus, mas o ato mediúnico de um espírito que dominava, pelo saber e a pureza, os mistérios da imortalidade.

Quando o ato mediúnico não tem a pureza e a beleza de uma comunicação amorosa, tem o calor da solidariedade humana e é iluminado pela caridade cristã. Numa sessão comum de socorro espiritual, os médiuns sentados ao redor da mesa, os doutrinadores a postos, espíritos sofredores e espíritos maldosos e vingativos, sob controle dos orientadores espirituais, são aproximados de médiuns que desejam servi-los. O quadro é bem diferente dos que apresentamos acima. Não há beleza nem serenidade nos espíritos comunicantes, nem resplendor ou transparência em suas faces. Há desespero, dor, expressões de rebeldia ou ímpetos de vingança. Os médiuns sentem-se inquietos, não raro temerosos. A aproximação dos comunicantes é incômoda, desagradável. As vibrações perispirituais são ásperas e sombrias. O vidente se aturde com aquelas figuras pesadas e escuras que transtornam a fisionomia dos médiuns. Mas, na proporção em que os doutrinadores encarnados dão o socorro de suas vibrações e de seus argumentos fraternos aos necessitados, o quadro se modifica com as luzes vacilantes que se acendem nas mentes conturbadas. Os guias espirituais manifestam-se em socorro dos doutrinadores e suas vibrações acalmam a inquietação do ambiente. O trabalho é penoso. Criaturas recalcitrantes no mal recusam-se a compreender a realidade negativa em que se encontram. Espíritos vencidos pelas dores de encarnações penosas mostram-se revoltados. Os que trazem o coração esmagado por injustiças e traições exigem vingança e fazem ameaças terríveis. Mas a palavra fraterna, carregada de bondade e amor, iluminada pelas citações evangélicas, vai aos poucos amortecendo as explosões de ódio. Às vezes a autoridade do dirigente ou de um espírito elevado se faz sentir, para que os mais rebeldes compreendam que estão sob um poder persuasivo, mas enérgico. Uma pessoa que desconheça o problema dirá que se encontra numa sala de hospício sem controle ou assiste a um psicodrama de histéricos em desespero. Psicólogos sistemáticos ririam com desdém. O dirigente dos trabalhos parece um leigo a brincar com explosivos perigosos. Fanáticos de seitas dogmáticas julgam assistir a uma cena de possessão diabólica. Mas a sessão chega ao fim com a tranqüilização total do ambiente. Um espírito amigo comunica-se com palavras de agradecimento. Em silêncio, todos ouvem a prece final de gratidão aos espíritos bondosos que ajudaram a socorrer as sombras sofredoras. É estranho que todos estejam bem e satisfeitos com o resultado dos trabalhos. As pessoas beneficiadas comentam suas melhoras. O ambiente é de paz, amor e satisfação pelo dever cumprido.

Numa sessão de desobsessão para casos graves, com poucos elementos, sem a assistência numerosa do socorro geral, as comunicações são violentas os médiuns sofrem, gemem, gritam e choram. O dirigente e os doutrinadores permanecem tranqüilos, aparentemente impassíveis, e os doutrinadores usam de palavras persuasivas, de atitudes benignas. Nada de ameaças e exprobações violentas, como nas práticas antiquadas do exorcismo arcaico, vindo das profundezas do Egito, da Mesopotâmia, da Palestina. Nada de velas acesas, de símbolos sacramentais, de expulsão de entidades diabólicas. A técnica é de persuasão, de esclarecimento racional. Uma menina de quinze anos chega carregada pelos pais. Há uma semana dormia em estado cataléptico. As primeiras tentativas de despertá-la agitam-se e levanta-se furiosa, aos gritos. Quatro ou cinco homens não conseguem contê-la, parece dotada de força indomável. Mas pouco a pouco se acalma, chora baixinho e volta ao seu estado natural de menina graciosa e frágil. Retira-se da reunião como se nada demais tivesse acontecido. Despede-se alegre. Corre para a rua e toma o automóvel que a trouxe como se voltasse de um passeio. O ato mediúnico foi violento, assustador'. Mas o resultado da prece, dos passes, das doutrinações amorosas foi surpreendente. Poucos perceberam que, naquele corpinho de menina as garras da vingança estavam cravadas, tentando rasgar a cortina piedosa que vela os ódios do passado.

No ato mediúnico a criatura humana recupera os tempos esquecidos e se revê na tela das experiências mortas. E mais uma vez a morte lhe aparece como pura ilusão sensorial, pois tudo quanto havia desaparecido numa cova renasce de repente nas águas amargas da provação. A mediunidade funciona como um radar sensibilíssimo voltado para os caminhos perdidos. Nem sempre a tela da memória consegue reproduzir as imagens distantes, mas nas profundezas do inconsciente recalques antifreudianos esperam a catarse piedosa da comunicação absurda, em que os diálogos da caridade parecem brotar de terríveis mal-entendidos. Uma mulher não entendia porque o espírito comunicante a acusava de atrocidades que jamais praticara e a chamava de Condessa. Achou que tudo aquilo não passava de uma farsa ou de um momento de loucura. Mas quando, aconselhada pelo doutrinador, pediu perdão ao espírito algoz e chorou sem querer e sem saber por qual motivo o fazia, sentiu profundo alívio e nos dias seguintes os seus males desapareceram. As lágrimas de uma criatura que a amnésia tornou inocente podem comover um coração embrutecido no desejo de vingança. Mas quem fará o encontro necessário para o ajuste dos velhos erros e crimes, se o médium não se oferecer na imolação voluntária de si mesmo para apaziguar com a palavra do Mestre?

A responsabilidade espiritual do médium reflete-se no espelho de cada um dos seus atos de caridade mediúnica. O mediunato não é uma sagração ritual inventada pelos homens. Nasce das leis naturais que regem consciências no fluir do tempo, no suceder das gerações e das reencarnações. Um ato mediúnico é o cumprimento de um dever assumido perante o Tribunal de Deus instalado na consciência de cada um. Quando o médium se esquiva a esse cumprimento engana a si mesmo, pensando enganar a Deus. Sua própria consciência se incumbirá de condená-lo quando soar a hora do veredicto irrecorrível. Nada justifica a fuga a uni compromisso forjado à custa do sacrifício alheio. As leis morais da consciência têm a mesma inflexibilidade das leis materiais da Natureza. Nossa consciência de relação capta apenas a realidade imediata em que nos encontramos. Mas a consciência profunda guarda o registro indelével de todos os compromissos assumidos no passado e de todas as dívidas morais que pensamos apagar nas águas do Letes, o rio do esquecimento das velhas mitologias. O rio Letes secou nas encostas áridas do Olimpo, o cenáculo vazio dos antigos deuses. Hoje só temos um Deus, que não precisa vigiar-nos do alto de um monte nem ditar-nos suas leis para serem inscritas em tábuas de pedras. Essas leis estão gravadas a fogo em nossa própria carne. Nossos atos determinam no tempo as situações em que nos encontraremos em cada existência. E o mediunato é o passaporte que Deus nos concede para a liberação do passado através de um só ato, o mais belo e mais honroso de todos, que é o ato mediúnico.

A responsabilidade mediúnica não nos foi imposta como castigo. Nós mesmos a assumimos na esperança da redenção, que não virá do Céu, mas da Terra, da maneira pela qual fizermos as nossas travessias existenciais no planeta, num mar de lágrimas ou por estradas floridas pelas obras de sacrifício e abnegação que soubermos semear. Temos o futuro em nossas mãos, o futuro imediato do dia-a-dia e o futuro remoto que nos espera nas translações da Terra em torno do Sol. Chegamos assim à conclusão inevitável de que o presente passa depressa, mas o passado reponta em cada esquina do presente e do futuro.

Fonte: Livro "Mediunidade"