Por Ricardo Malta
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La reencarnación, al contrario de lo que vulgarmente se propaga, no es un proceso punitivo. Es, en verdad, un sistema educativo de evolución espiritual, regulado por Leyes que fueron instituidas por Dios. por tanto, el Espíritu no retorna al cuerpo físico con la intención de sufrir puniciones, su regreso a la vestimenta carnal forma parte de la pedagogía divina.
La propia expiación, que el laico confunde con punición, es en realidad el resultado de la Ley de Causa y Efecto. Para mejor entender esa dinámica, debemos servirnos de una analogía: supongamos que un adolescente, en virtud de su desidia en los estudios (causa), se ve obligado a repetir el año escolar (efecto). ¿En este caso, podemos decir que el colegio estará aplicando una punición al alumno? No. Mientras el estudiante no atiende a las metas establecidas por la enseñanza de la institución, el jamás podrá progresar para un curso superior. No se trata de una punición, más si forma parte del proceso pedagógico. En esta situación específica, solo podemos culpar al alumno por su fracaso.
De manera semejante, guardadas sus debidas proporciones, ocurre con las expiaciones. Dios no castiga, El instituyo Leyes que regulan el universo, cabiendo al transgresor cargar con la responsabilidad de sus acciones.
Aun, debemos resaltar que reencarnación no es sinónimo de expiación. Aun mismo habiendo faltas a ser reparadas, el Espiritu podrá retornar añ educandario terrestre con la intención de adquirir nuevos conocimientos en el campo intelecto moral o, tratándose de Espíritus en la escuela, con el fin especifico de desempeñar tareas que lo auxilien a desenvolver la evolución de la humanidad. Por tanto. Más allá de la expiación, podemos establecer que la reencarnación tiene por objetivo el mejoramiento progresivo de la Humanidad. (L.E, q.167)
Con todo, aun mismo no siendo condición para el proceso de reencarnación, la expiación constituye un factor casi que unanimidad entre los Espíritus encarnados, eso se explica por la baja condición evolutiva de los habitantes del orbe terrestre. De esta forma, habiendo transgresiones de la legislación divina, de acuerdo con el maestro nazareno, de ninguna manera saldrás de allí [del orbe terrestre] mientras no pagases el ultimo centimp (Mateo 5:26), o sea, el infractor deberá retornar a la esfera carnal hasta que restablezca el equilibrio natural de las cosas, esto es, hasta que repare sus errores del ayer.
La doctrina de la reencarnación no es peculiar de nuestro tiempo, se trata de una enseñanza milenaria, de los filósofos, de las más diversas culturas y tradiciones. No forma parte de un dogma religioso, más si de una Ley natural. Se revela como la forma más pura, lógica y coherente de las verdades espirituales. Infelizmente, debido a la influencia de un sistema religioso medieval, común a las sectas dogmaticas occidentales, el creyente sencillo no consigue desasociarse de la idea teológica de una existencia subordinada a la salvación gratuita. Son, por señal, esos mismos grupos que, dogmatizados y fanatizados por la teología de los castigos divinos y de las penas eternas, buscan infiltrar, por ignorancia o mala fe, la falsa idea de que la reencarnación es un proceso de punición.
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La reencarnación, al contrario de lo que vulgarmente se propaga, no es un proceso punitivo. Es, en verdad, un sistema educativo de evolución espiritual, regulado por Leyes que fueron instituidas por Dios. por tanto, el Espíritu no retorna al cuerpo físico con la intención de sufrir puniciones, su regreso a la vestimenta carnal forma parte de la pedagogía divina.
La propia expiación, que el laico confunde con punición, es en realidad el resultado de la Ley de Causa y Efecto. Para mejor entender esa dinámica, debemos servirnos de una analogía: supongamos que un adolescente, en virtud de su desidia en los estudios (causa), se ve obligado a repetir el año escolar (efecto). ¿En este caso, podemos decir que el colegio estará aplicando una punición al alumno? No. Mientras el estudiante no atiende a las metas establecidas por la enseñanza de la institución, el jamás podrá progresar para un curso superior. No se trata de una punición, más si forma parte del proceso pedagógico. En esta situación específica, solo podemos culpar al alumno por su fracaso.
De manera semejante, guardadas sus debidas proporciones, ocurre con las expiaciones. Dios no castiga, El instituyo Leyes que regulan el universo, cabiendo al transgresor cargar con la responsabilidad de sus acciones.
Aun, debemos resaltar que reencarnación no es sinónimo de expiación. Aun mismo habiendo faltas a ser reparadas, el Espiritu podrá retornar añ educandario terrestre con la intención de adquirir nuevos conocimientos en el campo intelecto moral o, tratándose de Espíritus en la escuela, con el fin especifico de desempeñar tareas que lo auxilien a desenvolver la evolución de la humanidad. Por tanto. Más allá de la expiación, podemos establecer que la reencarnación tiene por objetivo el mejoramiento progresivo de la Humanidad. (L.E, q.167)
Con todo, aun mismo no siendo condición para el proceso de reencarnación, la expiación constituye un factor casi que unanimidad entre los Espíritus encarnados, eso se explica por la baja condición evolutiva de los habitantes del orbe terrestre. De esta forma, habiendo transgresiones de la legislación divina, de acuerdo con el maestro nazareno, de ninguna manera saldrás de allí [del orbe terrestre] mientras no pagases el ultimo centimp (Mateo 5:26), o sea, el infractor deberá retornar a la esfera carnal hasta que restablezca el equilibrio natural de las cosas, esto es, hasta que repare sus errores del ayer.
La doctrina de la reencarnación no es peculiar de nuestro tiempo, se trata de una enseñanza milenaria, de los filósofos, de las más diversas culturas y tradiciones. No forma parte de un dogma religioso, más si de una Ley natural. Se revela como la forma más pura, lógica y coherente de las verdades espirituales. Infelizmente, debido a la influencia de un sistema religioso medieval, común a las sectas dogmaticas occidentales, el creyente sencillo no consigue desasociarse de la idea teológica de una existencia subordinada a la salvación gratuita. Son, por señal, esos mismos grupos que, dogmatizados y fanatizados por la teología de los castigos divinos y de las penas eternas, buscan infiltrar, por ignorancia o mala fe, la falsa idea de que la reencarnación es un proceso de punición.
En lo tocante a la ultrapasada concepción del Cielo y el Infierno, anota Gabriel Delanne:
Las antiguas concepciones del Cielo y del Infierno caducaron, porque no se comprende la eternidad del sufrimiento como punición de una existencia que, en relación a la inmensidad del tiempo, es menos que un segundo, así, como se concibe la felicidad ociosa y beata, cuya monotonía seria un verdadero suplicio.
¡Eso si es una punición! ¿Como el error cometido durante una existencia efímera podrá acarrear la desproporcionalidad de una penalidad eterna? Es ilógico. Hasta aun mismo el mismo supuesto Cielo que, según la teología eclesiástica, debería ser un lugar de alegría, se torna un suplicio de ociosidad. ¡La sana razón nos dice que la vida del Espíritu es el trabajo y el progreso incesante!
¿Cuál es la filosofía espiritualista o religión que consigue explicar racionalmente, por la teología de la existencia única, por ejemplo, las desigualdades sociales, las desigualdades de aptitudes, la existencia de niños que ya nacen con deficiencias físicas y mentales , el motivo del dolor y del sufrimiento, la muerte de un recién nacido o criaturas de tierna edad, etc.? Ninguna de ellas es capaz de responder esas y otras complejidades de la vida humana. ¡Solo existe justicia divina con la reencarnación!
A respecto de la moral Palingenésica, elucida, con razón, el metapsíquico Gustavo Geley:
Si, en el transcurso de su evolución, en la serie de sus vidas sucesivas, el ser es el producto de sus propias acciones y reacciones, se sigue que su inteligencia, su carácter, sus facultades, sus buenos o malos instintos son obra suya y cuyas consecuencias habrá de sufrir, infaliblemente.
Todos sus actos, trabajos, esfuerzos, angustias, alegrías y sufrimientos, errores y culpas tienen repercusión fatal y reacción inevitable, en una u otra de sus existencias.
Siendo así, no hay necesidad de cualquier juzgamiento divino, ni de sanciones sobrenaturales.
Muy lejos de ser una punición, es la doctrina de las vidas sucesivas una prueba de misericordia, de justicia y de la bondad divina. Las posibilidades se amplían en el infinito, no existen desheredados o abandonados a las penas eternas, todo efecto tiene una causa de origen actual o remoto. Esa es la síntesis de la pedagogía divina.
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